domingo, enero 04, 2009

Enero de 1.962

Salvo la noticia de que un astronauta ruso, un tál Yuri Gagarin, había sido el primer hombre lanzado al espacio, yo vivía, a comienzos de 1962, ajeno a todo lo que acontecía en el mundo. Mis intereses y prioridades no pasaban por estar al tanto de la construcción, meses antes, del "Muro de Berlín"; la elección de John F. Kennedy como nuevo presidente de Estados Uunidos o el nombramiento de Hassan II como Rey de Marruecos; no sabía que en la España del "generalísimo" había comenzado a extenderse el pluriempleo como método de supervivencia para "llegar a fin de mes"; tampoco me había enterado de la muerte de Ernest Hemingway y Gary Cooper, ni que la atractiva Sofía Loren y Charlton Heston rodaban en Almería la película "El Cid"...ni siquiera había considerado como una preocupación que el tan nombrado en casa jugador de fútbol Kubala hubiera anunciado su "retiro de la práctica del balompié"... A lo sumo, junto a la hazaña del ruso Gagarin, mi mayor contacto con la realidad (además de ir al colegio, hacer los deberes y jugar todo lo posible y más) vino de la mano de mi padre quien, un buen día a la hora de comer, todo serio, nos dijo:

-He leído que han inventado un "paño" que no necesita plancharse. Le llaman "Tergal" y se seca en un "santiamén". Creo, Emérita, que con lo "xostros" y cómodos que somos los humanos, terminaremos haciendo en la sastrería más trajes de esta nueva tela que de los habituales de pana, mahón o lana. Ya lo verás....

Ajeno al devenir de los acontecimientos mundiales, transcurría para mí un tiempo con preocupaciones bien diferentes.Sobre todo, se acercaba "El día de Reyes",... el día más importante del año.


UN TREN MÁGICO.


Todavía recuerdo con nitidez la emoción que me provocó aquél regalo. Me dejó sin habla. Si me hubiesen asaeteado todo el cuerpo no habrían logrado que manase una gota de sangre de mis venas. Al ver el paquete tan grande, rasgué el papel con la emoción de encontrar un tesoro.... y eso fue, precisamente, lo que me "trajeron" los Reyes ese año. Un tesoro largamente anhelado en años anteriores. Delante de mis ojos se encontraba un hermoso tren de cuerda, perfectamente empaquetado, con una máquina, dos vagones y un conjunto de raíles que se insertaban hasta formar un círculo.

Ya lo he contado alguna vez. Siempre he tenido una especial fascinación por los trenes. Incluso ahora, en esta madurez que me retrotrae muchas veces hacia el pasado, la sola visión de una máquina de mercancías me deja embobado. Por eso, cuando en aquellas Navidades de 1961, coincidiendo con la "fiesta de la Inmaculada Concepción de María", pusieron los juguetes en la tienda de "Benito Peón" y ví aquella maravillosa caja conteniendo el tren Geyper, todo lo demás pasó a un segundo plano: decreció mi interés por las pistolas de "retralletes", las espadas de romanos, la moto "Payá", las carretas del Oeste, la escopeta de corchos o el balón de fútbol.

Todo esto carecía de importancia y pasaba a un segundo plano de mi interés frente al que yo consideraba "el juguete de los juguetes": un tren con su máquina, sus vagones y sus raíles.

Sin embargo, mi ánimo se encontraba esos días un tanto atribulado. Una duda corroía mis entrañas. La "culpa" de esta desazón la tuvo mi amigo Vicente "Talento" que, unas semanas antes mientras salíamos del colegio, me espetó en la cara:

-¿Sabes que le dijo el otro día mi hermano Milo a mi madre?
-¿Qué dijo?
-Que cúando iría a comprarme "los Reyes". Yo estaba en el pasillo y cuando entré en la cocina me hice el "longuis" y les pregunté que qué pasaba con los Reyes.
-Y, ¿qué te respondieron?
-Que nada, que como no me portase bien e hiciese todos los deberes que nos pusieron en la escuela, este año los Reyes me iban a "poner carbón" y.... cambiaron rápidamente de conservación. Osea, que los Reyes no existen.. que los Reyes son los padres, como dice siempre
"Pastela".

Mi perplejidad fue en aumento conforme se acercaban las Navidades. Pese a las frases insinuantes y preguntas inquisitoriales que yo les hacía a mis padres sobre los Reyes: quienes eran, cómo podían vivir tanto tiempo, de dónde venían, cómo se enteraban de lo que quería cada niño si todos no escribían cartas, de dónde sacaban el dinero para comprar tantos juguetes,cómo podían estar en tantos sitios a la vez,...... Lisardo y Emérita supieron mantener el tipo y unas veces con evasivas y otras tantas con medias verdades y mentiras piadosas fueron capeando el temporal de preguntas como buenamente pudieron.

Yo, pese a las respuestas, seguía con la "mosca detrás de la oreja". Por eso, cuando me dieron las vacaciones, urdí un plan para saber la verdad verdadera: si los padres eran o no los Reyes Magos.

Mi plan tenía dos partes: la primera, revolver todos los rincones de mi casa en busca del regalo; la segunda parte consistia en pegarme a ellos como una "lapa", desde la mañana a la noche, para saber si los descubría con un paquete "sospechoso" bajo el brazo, visitando o comprando en alguna de las tiendas de juguetes de la Villa.

Fueron unas jornadas agotadoras: de la sastrería a casa, de casa a la sastrería,... sin descanso. Ante la perplejidad de Emérita y Lisardo por este súbito "arranque casero", yo negaba mi interés por "salir a jugar" y me pasaba todo el día con ellos. El resultado fue claramente descorazonador: no pude descubrir el más mínimo indicio de que "algo se estuviese cociendo a mis espaldas".

Por lo que respecta a las investigaciones en casa, nada logré pese a rebuscar minuciosamente armarios, despensas, cajones, altillos, trasteros, bajo las camas y otros rincones... Bueno, matizaré, sí hice un notable descubrimiento: el lugar dónde escondia mi madre la odiada botella de "aceite de hígado de bacalao" que, a cucharada sopera diaria, mi madre me obligaba a tragar por prescripción facultativa. Al menos, en eso salí ganando: siguiendo la estrategia de Emérita, yo escondí a su vez la botella y, al menos por unos días y ante el desconcierto de mi madre, me libré de la ración del vomitivo brebaje.

Cuando el día de Reyes, trás una noche interrumpida varias veces por ruídos inexistentes a causa de los nervios desvelados, me levanté y fui a la cocina encontrándome con el regalo, mis dudas se disiparon: no sólo los Reyes existían, sino que me habían traído lo más deseado: un tren... un tren mágico.