“Si el cerdo volara, no habría ave que le ganara”
Hace frio.El invierno campa ya a sus anchas y con toda su crudeza. Han caído las primeras nevadas y, cuando no es la nieve, la lluvia empapa de humedad los días previos a la Navidad. Sin embargo, diciembre siempre tuvo un fin de semana especial. Era el fin de semana de "La Matanza".
"A matanza do cocho".
Antes de despuntar el alba, por las rendijas del sueño, oigo a mi abuela hablar camino de la cocina. Su interlocutor no dice nada, sólo se le escuchan pequeños grititos ahogados de alegría, con algún golpe añadido en las puertas, producto del alegre movimiento de su rabo. Es "Lolín", el perro pastor y acompañante inseparable de mi abuelo paterno cuyo misterio, después de muchos años, sobrevive en la familia Garcia-"Soutín": el día que Inocencio nos dejó para siempre, "Lolín" desapareció y nunca volvímos a saber nada más de él.
Había llegado el día señalado. Mientras la abuela Elena prepara en la cocina baja el desayuno, Inocencio y tres de sus siete hijos han hecho ya los oportunos preparativos: han encendido el fuego para calentar el enorme "caldeiro" con agua que servirá para escaldar los dos "gochos" y, a resguardo del "cabanal" donde se guarda el carro que tiran las vacas, han puesto una mesa con cuchillos y raspadores, el banco del "sacrificio", así como han esparcido "a palla" por el suelo y recopilado potas y perolas para recoger la sangre que, mezclada con harina, servirán luego para elaborar las finas y sabrosas "filloas" (remedo berciano de las famosas y tan francesas "crepes").
Trás el consabido y matinal tazón de leche migado con pan de hogaza (que mi hábil abuela preparaba y cocía semanalmente en el horno casero) salgo al cabanal, donde mi abuelo, tios y algún vecino dan buena cuenta de una de las últimas botellas del ilegal y explosivo aguardiente que Inocencio destila para consumo familiar todos los años, a finales de cada enero, en una alquitara que se van pasando ordenadamente todos los vecinos del pueblo.
Con el tiempo, he llegado a participar en numerosas "matacías"; incluída una en la que, después de creerle ya muerto, el pobre animal se levantó con la fuerza de un morlaco y nos llevó arrastrados, a dos amigos y al que esto escribe, un buen número de metros por la Cuesta de los Tejedores de la Villa hasta que finalmente se desplomó.
Yo, por aquél entonces un crío de diez años, me horrorizaban los aullidos de los pobres "marraos", camino del banco donde iban a ser sacrificados. Por eso, cuando el matarife y ayudantes se disponían a sacarlos de la cuadra, emprendía la huída "como alma que lleva el diablo". Salía pitando de la enorme casa "Soutín" y me iba a visitar, al otro lado del pueblo, a Olimpia, mi abuela materna, donde me esperaban unos cariñosos "bicos" y una onza de chocolate con galletas para endulzar la mañana.
En esta huida-paseo nunca fuí solo; siempre tuve la suerte de la compañía del inseparable "Lolín", que observaba con atención todos mis movimientos. Años después supe, por mis tías, que en el momento de emprender la huída mi abuelo le daba siempre al "chucho" una orden clara y tajante que el perro cumplía a rajatabla:
-Marcha con "o nino", non se che vaya a "mancar".
Cuando había transcurrido un tiempo prudencial, "Lolín" y yo volvíamos al trajín de Casa "Soutín": los dos "cochos" sacrificados se encontraban ya colgados boca abajo en una escalera y abiertos en canal. Sus tripas estaban siendo concienzudamente lavadas en la fuente de "A Fonteiña"... tripas que se convertirían en escasos días en el envoltorio de sabrosos "chourizos" e "botelos" después de ser convenientemente ahumados en la cocina baja junto con las castañas de la última cosecha, esparcidas en una ennegrecida tela de alambre de abeja colocada a prudente distancia del fuego y el techo de la estancia.
Mi llegada a la casa era siempre recibida con la misma invitación. Mis abuelos y tíos esperaban la llegada para asar unos pequeños filetes de hígado, en las brasas dónde se había calentado el agua para escaldar al animal una vez muerto. Con la compañía del pan de centeno, me sabían a gloria... una gloria que, año trás año, fuí compartiendo con el inseparable "Lolín", pese a la bronca que me caía de los presentes.
Al día siguiente, con la carne del "cocho" ya tiesa por el frío y la helada, se procedía a partir el animal, sazonar el "mondongo" para los chorizos y botillos y poner en salazón tocinos, las "cachuchas", pezuñas, paletillas y jamones. Estos últimos, salvo alguno para consumo familiar en fiestas señaladas, eran intercambiados, una vez "curados", a "tratantes" de ganado o veterinarios por espaldas de tocino, una de las principales bases de la alimentación de aquél entonces, junto al pan, las patatas y el diario e insustituible caldo.
Cuando llegan estos días, los recuerdos vuelan hacia el pueblo de mis abuelos e, invitablemente, se dejan mecer por la imagen de "Lolín", mi inseparable lazarillo.
Entre los miembros de la familia "Soutín" se mantiene la teoría de que el perro del abuelo Inocencio cumplió su calendario vital a la vez que su amo y amigo;... aunque todavía hoy, cuando me acerco a Viariz, mi mente se divierte con su recuerdo y mis ojos le buscan por todas partes...a la espera de que, al doblar una esquina, me lo encuentre meneando el rabo en forma de alegre bienvenida.
Hace frio.El invierno campa ya a sus anchas y con toda su crudeza. Han caído las primeras nevadas y, cuando no es la nieve, la lluvia empapa de humedad los días previos a la Navidad. Sin embargo, diciembre siempre tuvo un fin de semana especial. Era el fin de semana de "La Matanza".
"A matanza do cocho".
Antes de despuntar el alba, por las rendijas del sueño, oigo a mi abuela hablar camino de la cocina. Su interlocutor no dice nada, sólo se le escuchan pequeños grititos ahogados de alegría, con algún golpe añadido en las puertas, producto del alegre movimiento de su rabo. Es "Lolín", el perro pastor y acompañante inseparable de mi abuelo paterno cuyo misterio, después de muchos años, sobrevive en la familia Garcia-"Soutín": el día que Inocencio nos dejó para siempre, "Lolín" desapareció y nunca volvímos a saber nada más de él.
Había llegado el día señalado. Mientras la abuela Elena prepara en la cocina baja el desayuno, Inocencio y tres de sus siete hijos han hecho ya los oportunos preparativos: han encendido el fuego para calentar el enorme "caldeiro" con agua que servirá para escaldar los dos "gochos" y, a resguardo del "cabanal" donde se guarda el carro que tiran las vacas, han puesto una mesa con cuchillos y raspadores, el banco del "sacrificio", así como han esparcido "a palla" por el suelo y recopilado potas y perolas para recoger la sangre que, mezclada con harina, servirán luego para elaborar las finas y sabrosas "filloas" (remedo berciano de las famosas y tan francesas "crepes").
Trás el consabido y matinal tazón de leche migado con pan de hogaza (que mi hábil abuela preparaba y cocía semanalmente en el horno casero) salgo al cabanal, donde mi abuelo, tios y algún vecino dan buena cuenta de una de las últimas botellas del ilegal y explosivo aguardiente que Inocencio destila para consumo familiar todos los años, a finales de cada enero, en una alquitara que se van pasando ordenadamente todos los vecinos del pueblo.
Con el tiempo, he llegado a participar en numerosas "matacías"; incluída una en la que, después de creerle ya muerto, el pobre animal se levantó con la fuerza de un morlaco y nos llevó arrastrados, a dos amigos y al que esto escribe, un buen número de metros por la Cuesta de los Tejedores de la Villa hasta que finalmente se desplomó.
Yo, por aquél entonces un crío de diez años, me horrorizaban los aullidos de los pobres "marraos", camino del banco donde iban a ser sacrificados. Por eso, cuando el matarife y ayudantes se disponían a sacarlos de la cuadra, emprendía la huída "como alma que lleva el diablo". Salía pitando de la enorme casa "Soutín" y me iba a visitar, al otro lado del pueblo, a Olimpia, mi abuela materna, donde me esperaban unos cariñosos "bicos" y una onza de chocolate con galletas para endulzar la mañana.
En esta huida-paseo nunca fuí solo; siempre tuve la suerte de la compañía del inseparable "Lolín", que observaba con atención todos mis movimientos. Años después supe, por mis tías, que en el momento de emprender la huída mi abuelo le daba siempre al "chucho" una orden clara y tajante que el perro cumplía a rajatabla:
-Marcha con "o nino", non se che vaya a "mancar".
Cuando había transcurrido un tiempo prudencial, "Lolín" y yo volvíamos al trajín de Casa "Soutín": los dos "cochos" sacrificados se encontraban ya colgados boca abajo en una escalera y abiertos en canal. Sus tripas estaban siendo concienzudamente lavadas en la fuente de "A Fonteiña"... tripas que se convertirían en escasos días en el envoltorio de sabrosos "chourizos" e "botelos" después de ser convenientemente ahumados en la cocina baja junto con las castañas de la última cosecha, esparcidas en una ennegrecida tela de alambre de abeja colocada a prudente distancia del fuego y el techo de la estancia.
Mi llegada a la casa era siempre recibida con la misma invitación. Mis abuelos y tíos esperaban la llegada para asar unos pequeños filetes de hígado, en las brasas dónde se había calentado el agua para escaldar al animal una vez muerto. Con la compañía del pan de centeno, me sabían a gloria... una gloria que, año trás año, fuí compartiendo con el inseparable "Lolín", pese a la bronca que me caía de los presentes.
Al día siguiente, con la carne del "cocho" ya tiesa por el frío y la helada, se procedía a partir el animal, sazonar el "mondongo" para los chorizos y botillos y poner en salazón tocinos, las "cachuchas", pezuñas, paletillas y jamones. Estos últimos, salvo alguno para consumo familiar en fiestas señaladas, eran intercambiados, una vez "curados", a "tratantes" de ganado o veterinarios por espaldas de tocino, una de las principales bases de la alimentación de aquél entonces, junto al pan, las patatas y el diario e insustituible caldo.
Cuando llegan estos días, los recuerdos vuelan hacia el pueblo de mis abuelos e, invitablemente, se dejan mecer por la imagen de "Lolín", mi inseparable lazarillo.
Entre los miembros de la familia "Soutín" se mantiene la teoría de que el perro del abuelo Inocencio cumplió su calendario vital a la vez que su amo y amigo;... aunque todavía hoy, cuando me acerco a Viariz, mi mente se divierte con su recuerdo y mis ojos le buscan por todas partes...a la espera de que, al doblar una esquina, me lo encuentre meneando el rabo en forma de alegre bienvenida.
8 comentarios:
e ya se sabe que nun mata cocho nun come botelo.
gracias por los recuerdos. Felices fiestas, muy buen año y salud para todos.
Pancho
gracias amigo pancho. te deseo también para ti y los tuyos lo mejor en el año venidero. un saludo.
garciaberciano
Un pasaje delicioso, como siempre... parece que los recuerdos saben a humo.
Gracias por regalarnos estos textos
y gracias a tí por leerlos y por regalarnos estas magníficas fotos.
un saludo.
Mi cultura culinaria no es muy extensa y durante muchos años no iba más allá del cerdo. Cuando me enteré de lo que era un crepe ya pasaba de los 20 años y dije: joder las filloas son crepes de sangre.
Excelente relato, sólo me ha faltado saborear los chicharrones y me ha sorprendido el término zorza en lugar de mondongo.
Estimado Tontín. en primer lugar, desearte un feliz año nuevo. en cuanto a la "zorza" así se le ha llamado siempre en Viaríz al mondongo. Un saludo
Garcíaberciano, me ha encantado su visión de una "fiesta" tan tradicional como poco conocida (no mi caso, pues me encantaban días como este aunque no los viví en el Bierzo sino en Ávila) por la gente joven y que depara momentos muy entretenidos.
Saludos y felices fiestas a todos.
gracias Lisardo III por el comentario. No se olvide usted que la experiencia de la matanza, sea en Ávila o El Bierzo, siempre es un verdadero acontecimiento social. Es como ver la procesión del "Santo Entierro" el viernes santo en la Villa; pasear por las orillas del Burbia en los atardeceres de verano o sentarse en los bancos del jardín a charlar con buena compañía. Experiencias todas ellas que enriquecen el espíritu y nos sirven de referencia vital para seguir nuestro destino.
Saludos también para tí y los tuyos.
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