LA PRIMERA NEVADA .
Es domingo. Me despierto medio en penumbra a causa de las ventanas entornadas de la habitación. Embutido hasta las orejas, asomo la nariz al exterior y percibo el frío ambiente; un frío helador que sólo es amortiguado por las tres mantas de lana del Val de San Lorenzo que mi madre ha puesto en la cama. Debajo de la almohada está la ropa interior ("muda") que, desde anoche, se calienta para evitar los primeros escalofríos del día. En un esfuerzo supremo, intento ponerme en marcha. Tengo 24 horas hasta que vuelva al estado habitual de pesadumbre que impone la realidad escolar. No me atrevo a moverme,... no vaya a ser que, con el volteo, encuentre una zona helada en mi refugio.
Sin embargo, una frase de mi padre por el pasillo de casa rompe mis tinieblas matinales:
"Vaya nevada ha caído esta noche".
No doy crédito a lo que oigo. Sin pensarlo, salto de la cama como un resorte. Abro la ventana y mi alma se inunda de alegría al ver que, efectivamente, una capa de fina nieve cubre toda la huerta de Colomer. Estamos a comienzos de diciembre y la primera nevada ha caído sobre la Villa... Un manto blanco que llena de alborozo a todos los pequeños y molesta a los mayores. ¿por qué le tendrán tanta manía los mayores a la nieve?, me pregunto, sin encontrar una razón que convenza a mi razón.
Me visto en la cama. No hay tiempo que perder. Busco debajo de la cama mis recién estrenadas botas "Gorila" y atravieso raudo el enorme pasillo hasta la cocina, donde mi madre ha puesto ya en marcha la cocina "económica". Me espera un dominguero tazón de chocolate "migado" con el pan del día anterior. Poco después, mi abuela hace su aparición con un brasero de "carbón de leña" que, junto al calor de la cocina, templará la estancia todo el día.
Voy a misa. Un ineludible trámite que se hace hoy especialmente largo y tedioso. Mi cuerpo está, a esa hora, en la Colegiata... Mi mente, sin embargo, está ya en el Barrio del Castillo... más concretamente en el Campo de la Gallina donde hoy, junto a mis amigos, vamos a estrenar un más que trabajado trineo.
Hemos pasado semanas preparándolo. Incluso lo hemos probado en hierba, engrasando las tablas que apoyan el suelo con sebo que nos ha dado Manolo "Chato"; el carnicero.
Cuando termina la misa, echámos a correr como alma que lleva el diablo. Sacamos el artilugio y subimos al Campo de la Gallina. Por sus pendientes, algunas bastante empinadas, vamos deslizándonos por riguroso turno. El tiempo pasa "en un volao" (una expresión muy habitual en aquella época) y toca ir a comer.
No hay otro pensamiento que el trineo. Hoy se perdona la sesión infantil del cine, aunque "oficialmente" asistamos a ella. El dinero ahorrado se invierte en pipas y un cucurucho de papel de estreza con patatas fritas en el tenderete que Pepe "Pájaro" monta delante del Teatro Villafranquino.
Nueva sesión de deslizamientos por el Campo de la Gallina, acompañada de varias "guerras" de bolas de nieve (alguna de ellas cargada con una pequeña piedra si el objetivo no es de tu agrado) hasta que se hace de noche. Chupido hasta el tuétano aún hay tiempo para echarse, bajo los soportales de la plaza, unas partidas de chapas, pañuelo y "A la una anda la mula..."
La jornada ya no dá más de sí. A las ocho y media, camino de casa, veo que la nieve empieza a derretirse y mi alma se encoge ante la perspectiva de una nueva semana escolar. Además, no me quedará más remedio que aguantar la bronca de mi madre por llegar "pingando" a casa. Sin embargo, todavía hay esperanza: puede que haya cogido un catarro y mañana me levante con fiebre y no pueda ir al colegio...o, puede que, como ocurrió una vez el año anterior, vuelva a nevar y caiga una helada de "tomo y lomo" que obligue a mis padres dejarme en casa.
El pensamiento de una o ambas posibilidades aligera mi espíritu para afrontar la bronca que me va a caer en unos minutos.
sábado, noviembre 29, 2008
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