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-Venga, niño, al colegio, que son ya las tres...
-Venga, niño, al colegio, que son ya las tres...
En la década de los años 60, la vida de la villa transcurría al compás de una bocina- sirena que inundaba los cuatro costados del valle cuatro veces al día: a las nueve de la mañana, a la una, las tres y las siete de la tarde: era el horario de entrada y salida de lo que todos los vecinos de aquella época hemos conocido siempre como “la fábrica”.
“ALMÍBARES Y CONSERVAS LEDO”.
Era “la industria” por antonomasia. Sus productos, junto a los vinos Palacio de Arganza, se vendían y eran apreciados por su calidad en diferentes puntos del país.
La fábrica de “Ledo” era puesta siempre como ejemplo de industria de la zona en una época en la que se inicia el principio del fin de un régimen económico autárquico que dejará paso a los llamados “planes de desarrollo” de los tecnócratas encabezados por López Rodó.
La fábrica de “Ledo”, “Palacio de Arganza” y “Maderas Villafranca” (ésta última ubicada, por aquél entonces, en La Pedrera) eran la punta de lanza de la industria local.
Mi curiosidad se dirigía, sobre todo, a la primera de las mencionadas (a la fábrica de “Ledo” ya que los entresijos de las otras dos los conocía mejor: "la bodega de Palacio de Arganza –me decía- será como la del señor Balbino Cobos pero más grande y Maderas como la carpintería del señor Joaquín" -padre de Quino Corona-, cercana a la sastrería de mi padre en la calle Gil y Carrasco).
No os he ocultado nunca, a través de estos escritos, mi innata afición al dulce, de ahí que “Ledo” fuese un objetivo especial de atención. Confieso que el producto más apreciado eran unos botes pequeños de hojalata con “cabello de angel”... un producto para tomar con la lógica mesura... una mesura que, una vez, yo no respeté en absoluto cuando mi madre dejó a mi alcance un ejemplar, que despaché con tanta avidez que me mantuvo yendo y viniendo constantemente al baño un par de días.
La variedad de productos de "la fábrica" era enorme. A mí, particularmente, me fascinaban aquellos tarros de cristal, de diferentes tamaños, llenos de frutas escarchadas en almibar (higos, ciruelas, cerezas, peras,etc...) y, entre las conservas, las latas de truchas en escabeche cuya materia prima procedía, en gran parte, de la venta que hacían a la fábrica un buen número de pescadores para sacarse “unas perras”.
Junto a todo lo señalado anteriormente, otro producto “estrella”: los membrillos (sólo o con frutas) que se empaquetaban -según las hipótesis de la "chavalería" de aquél entonces- en unas cajas elaboradas en la propia fábrica con maderas traídas en carros hasta la carpintería que estaba ubicada al final de la Rúa Nueva. Allí, por cierto, acudíamos los chavales, cercana la Navidad, para pedir un poco de escoria de los hornos de la fábrica con el fin de hacer el portal y los montes del nacimiento.
Hoy, en mi casa, todavía conservo un tarro de cristal con frutas en almibar... Cuando lo compré, la fábrica estaba ya cerrada... Pasados los años, no sé su estado de conservación,... la verdad es que me da igual: es un objeto más para conservar la memoria de un tiempo, como la fábrica, que.... ya es historia
“ALMÍBARES Y CONSERVAS LEDO”.
Era “la industria” por antonomasia. Sus productos, junto a los vinos Palacio de Arganza, se vendían y eran apreciados por su calidad en diferentes puntos del país.
La fábrica de “Ledo” era puesta siempre como ejemplo de industria de la zona en una época en la que se inicia el principio del fin de un régimen económico autárquico que dejará paso a los llamados “planes de desarrollo” de los tecnócratas encabezados por López Rodó.
La fábrica de “Ledo”, “Palacio de Arganza” y “Maderas Villafranca” (ésta última ubicada, por aquél entonces, en La Pedrera) eran la punta de lanza de la industria local.
Mi curiosidad se dirigía, sobre todo, a la primera de las mencionadas (a la fábrica de “Ledo” ya que los entresijos de las otras dos los conocía mejor: "la bodega de Palacio de Arganza –me decía- será como la del señor Balbino Cobos pero más grande y Maderas como la carpintería del señor Joaquín" -padre de Quino Corona-, cercana a la sastrería de mi padre en la calle Gil y Carrasco).
No os he ocultado nunca, a través de estos escritos, mi innata afición al dulce, de ahí que “Ledo” fuese un objetivo especial de atención. Confieso que el producto más apreciado eran unos botes pequeños de hojalata con “cabello de angel”... un producto para tomar con la lógica mesura... una mesura que, una vez, yo no respeté en absoluto cuando mi madre dejó a mi alcance un ejemplar, que despaché con tanta avidez que me mantuvo yendo y viniendo constantemente al baño un par de días.
La variedad de productos de "la fábrica" era enorme. A mí, particularmente, me fascinaban aquellos tarros de cristal, de diferentes tamaños, llenos de frutas escarchadas en almibar (higos, ciruelas, cerezas, peras,etc...) y, entre las conservas, las latas de truchas en escabeche cuya materia prima procedía, en gran parte, de la venta que hacían a la fábrica un buen número de pescadores para sacarse “unas perras”.
Junto a todo lo señalado anteriormente, otro producto “estrella”: los membrillos (sólo o con frutas) que se empaquetaban -según las hipótesis de la "chavalería" de aquél entonces- en unas cajas elaboradas en la propia fábrica con maderas traídas en carros hasta la carpintería que estaba ubicada al final de la Rúa Nueva. Allí, por cierto, acudíamos los chavales, cercana la Navidad, para pedir un poco de escoria de los hornos de la fábrica con el fin de hacer el portal y los montes del nacimiento.
Hoy, en mi casa, todavía conservo un tarro de cristal con frutas en almibar... Cuando lo compré, la fábrica estaba ya cerrada... Pasados los años, no sé su estado de conservación,... la verdad es que me da igual: es un objeto más para conservar la memoria de un tiempo, como la fábrica, que.... ya es historia
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