lunes, enero 14, 2008

FUTBOLÍN CON GASEOSA
-Señora Paquita, una gaseosa “estropeada”.. -Ahora voy, niño..

Era el “santo y seña” de las tardes de domingo. Cumplidos ya los 13 años, con pantalones largos “como los mayores”, la ruta tras la sesión de cine de las tres y media se iniciaba en los bajos del Mercantil. Allí, desde su sillón de mimbre colocado en la puerta de la cocina, regentaba la Señora Paquita el futbolín más famoso de la Villa; un local que hoy ocupa el establecimiento de nuestro amigo Robés.

A mí me tenía fascinado el “futbolín”, un juego que, según averigüé después, había sido inventado a comienzos de la guerra civil por Alexander Finisterre, poeta, republicano y albacea del inolvidable León Felipe. Él lo contaba así:

-¿Cómo se le ocurrió la idea del futbolín?
--Por culpa de una bomba de las que lanzaron los nazis sobre Madrid. Quedé sepultado entre cascotes, con heridas graves. Me llevaron a Valencia y luego al hospital de la Colonia Puig de Montserrat. La mayoría de los que estaban allí eran mutilados de guerra. Yo había jugado al fútbol -incluso perdí un diente de una patada-, pero me había quedado cojo y envidiaba a los que podían jugar. También me gustaba el tenis de mesa. Así que pensé: "¿Por qué no crear el fútbol de mesa?".

Recuerdo siempre a la Señora Paquita seria, con su pelo recogido en moño, vestida de oscuro con toquilla.

De la cocina sacaba las bebidas que le pedía la clientela: un vaso de vino, , cerveza “El Aguila” (los más mayores) ... y los más jóvenes, como era mi caso, una “Mirinda” o una gaseosa “estropeada”; es decir, una gaseosa de cuarto de litro de Olarte a la que la dueña del establecimiento le añadía unas gotas de vermouth o, posteriormente, la insuperable “Quina Santa Catalina” (que, como decía la publicidad de entonces, “es medicina y es golosina”).

Los enfrentamientos eran a vida o muerte. Ya no sólo se jugaba para ganar y seguir “de baracalofe” unas partidas más ... se jugaba algo más: la honrilla de salir invicto y que tus conocidos dijeran: “es un fiera con el futbolín”.

Frente a muchos de mis amigos que eran, eso, unas auténticas fieras, yo no valía un pimiento, vamos.. era una verdadera nulidad con el juego que me apasionaba: en la delantera no sabía “pisar” las bolas para hacer un requiebro a la hora de lanzar la bola a portería... y, en defensa, siempre tenía a los jugadores descolocados por lo que era una “bicoca” para el contrario.

Por todo ello, la mayoría de las veces me limitaba a ser comparsa y espectador de las partidas que acompañaba, sólo más llegar al local, con la frase ritual:

-Señora Paquita, una gaseosa “estropeada”..

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