En mi memoria figura como un día muy especial. Un día en el que, por primera vez, me quise hacer rico y el destino, en forma de suerte, me fue esquivo..
22 de Diciembre de 1.964
Debajo de las calientes y reconfortantes mantas, me despierto. Es el primer día de vacaciones, lo que me produce un intenso placer. Entre las sábanas, asomo la nariz y noto el frío de una habitación a la que todavía tardará varios años en llegar la calefacción. Un frío que, en la cama, se combatía desde la noche anterior con la habitual bolsa de agua caliente que mi madre colocaba entre las sábanas antes de irme a dormir.
¡Hoy es el día¡, me digo a mi mismo, mientras agudizo el oído para escuchar la cantinela de la lotería a la que, hasta ese sorteo, había prestado escasa atención...
-Cincuenta y dos mil sesenta y tres.... 5.000 pesetas
-Veinte mil doce.... 5.000 pesetas...
-Treinta y cuatro mil noventa y dos... 5 mil pesetaaassss
Con el ruido característico del bombo que contiene los números dando vueltas, me incorporo en la cama. Me quito el pijama de felpa y comienzo a vestirme la ropa interior que mi madre ha dejado toda la noche bajo la almohada para que esté caliente. Mis siguientes pasos se encaminan hacia la cocina:
-Buenos días, abuela..
-Buenos días, “roso”..
-¿Ha salido ya “el gordo”?
-No “fillín”, todavía no..
-¡Pues mira que tarda¡.
Yo estaba en ascuas desde la noche anterior cuando, después del cierre de la sastrería y camino de casa, acompañando a mi padre, Lisardo se encontró en la Plazoleta de Don Pío con su amigo el peluquero Miguel “Bailarín”:
-Bueno Lisardo, hasta mañana, que seremos ricos...
-Haber si esta vez hay suerte con el “Gordo” de Navidad (le respondió mi padre).
¿Ricos?... ¿Gordo de Navidad?... Mi cabeza comenzó a darle vueltas al asunto:
-Oye papá, ¿cuánto dinero nos puede tocar?.
Mi padre me contestó con otra pregunta:
-¿Recuerdas los fajos de billetes de mil pesetas que llevan los “tratantes” de ganado en la feria de San Antonio?
-Pues claro, como no voy a acordarme (le respondí).
-Entonces, imagínate una maleta completamente llena, pero... una maleta bien grande... llena de billetes de mil pesetas.
Yo me quedé impresionado. ¿Cabría todo ese montón de dinero en la caja fuerte del banco donde trabaja Valentín?, ¿Podría tener un camión de verdad como Tiquio Olarte?, y ¿comprarme la Confitería Ledo para saciarme de pasteles, figuritas de mazapán, almendrados y caramelos de malvavisco?.
Desde luego, lo que tenía claro es que, si nos tocaba la lotería, lo primero que iba a hacer era no ir más al colegio y ¡vivir de las rentas¡ ( un término que yo había oído en boca de los mayores muchas veces sin entenderlo del todo pero cuyo significado no se me escapaba: “vivir de las rentas” era, lisa y llanamente, “no dar palo al agua”).
Mientras trasegaba el desayuno (un tazón de leche caliente “migado” con pan), llegó mi madre a la cocina con su habitual bolsa de cuero negro. Emérita venía de la compra.
-Buenos días, hijo.
-Buenos días, mamá.
-Vengo de la tienda de Manuel Gutierrez y me ha dicho la señora Balbina que vayas a por el aguinaldo...
-¡Bah¡. Este año no voy a ir porque nos va a tocar la lotería. Se lo dijo ayer a papá Miguel “Bailarín”.
-Pero... hombre, ¡deberías ir como todos los años¡. Piensa que así tendrás algo de dinero y de golosinas mientras cobramos el premio.. (respondió mi madre).
El Día de la Lotería de Navidad era el “día del aguinaldo”. Mientras por la calle se oía la clásica cantinela de los Niños de San Ildefondo, los críos nos íbamos de tienda en tienda a pedir el regalo-aguinaldo de Navidad.. Un cucurucho de papel de estraza lleno de aceitunas por acá... otro lleno de higos “pasos” por allá... una tableta de turrón duro en el sitio más espléndido... y alguna calderilla “dineraria” en forma de perras-chicas y perras-gordas. Todo valía y era acogido con satisfacción y gratitud.
Tan embelesado estaba con los aguinaldos que, esa mañana, el gordo de la lotería pasó a un segundo plano de mi interés. Después del recuento, me sentía satisfecho: en todos los sitios me habían dado algo. Camino de casa para comer, acompañando a mi padre, nos volvimos a encontrar a Miguel, el peluquero...
-¡No ha habido suerte, Miguel¡ (le dijo mi padre)
-¡Qué le vamos a hacer, Lisardo¡. Otro año será. Los que estarán bien contentos serán los de Vinaroz, que les ha tocado el gordo. ¡El caso es que haya salud¡.
Era la primera vez que oía hablar de Vinaroz, la población castellonense que, como pude comprobar después, se había llevado “el gato al agua” , con el número 20.426, y los millones de pesetas que yo quería meter en la caja fuerte del banco de Valentín se esfumaron camino de la costa levantina.
De un plumazo se desvanecieron mis esperanzas de comprarme un camión como el de Tiquio Olarte o la Confitería Ledo... La suerte nos había dado la espalda. Pese a ello, estaba contento: No era rico pero sí feliz con aquél puñado de perras-chicas y perras-gordas. Exactamente, dos pesetas con diez céntimos que al peluquero Miguel “Bailarín” le parecería poco pero para mí era una auténtica fortuna.
¡Felices fiestas para todos¡
(postal de navidad 1964)
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