domingo, septiembre 09, 2007

VERANO Y COMUNISMO

Año 1.964. Primer verano de domingos con pantalones largos... “de mayor” (como se decía entonces. Recién aprobado “el ingreso”, de chiripa y poco esfuerzo. Primeras y balbuceantes prácticas natatorias en el Pozo de Las Bolas. Despelleje integral de hombros y espalda a causa del sol con fiebre nocturna y caja grande de “Nivea”, comprada en la farmacia de Vitorio, para combatir el desastre. Tardes en una cabaña de construcción precaria en La Selva, con incursiones a por algún tomate de las huertas vecinas o en busca de las jugosas cerezas que Pelao guardaba celosamente.

Pese a todo lo dicho, aquél verano quedó marcado por algo irrepetible: la España “de Franco” había derrotado al “comunismo internacional”, a “las hordas rojas”, en un campo de fútbol: un cabezazo del delantero Marcelino a la cepa del palo izquierdo del guardameta ruso Yachin nos dio el Campeonato de Europa de selecciones nacionales. Todavía recuerdo “de memoria y carrerilla” la alineación que España presentó en la final del 21 de Junio en el Santiago Bernabeu. Jugaron: Iríbar; Rivilla, Olivella, Calleja; Zoco, Fusté; Amancio, Pereda, Marcelino, Suárez y Lapetra .

El gol de cabeza de Marcelino, escuchado por la radio en la sastrería de Lisardo, me supo a gloria: habíamos ganado “a los rojos”, a la Unión Soviética,... en definitiva: al enemigo.

Fue una alegría que paladeé durante todo el verano.

-“Se lo merecen”, decía yo para mis adentros con convicción.

No era de extrañar. Unas semanas antes del histórico partido había pasado por mi casa el “tío Dositeo”, un pariente lejano de la familia muy dado a contar cosas de las “ánimas”, la “santa compaña” y otras lindezas espirituales que me ponían los pelos de punta y el ánimo al borde del abismo. Una noche, tras la cena, comenzamos a escuchar “El Parte” de las 10. En él se hablaba del nuevo mandatario soviético Leonidas Breznev. El “tío Dositeo” no dejó pasar la ocasión y me contó que los rusos eran tan malos que a los viejos de aquél país que ya no podían trabajar, en vez de dejarlos vivir tranquilamente con su familia, se los llevaban en camiones a una fábrica donde los mataban, los desollaban, les sacaban el unto del cuerpo y hacían con él pastillas de jabón.

Horrorizado. Me quedé completamente horrorizado. No pude dormir aquella noche. Envuelto en pesadillas, me imaginaba a todas las personas mayores que conocía hechas pastillas de jabón.

Con la “cagalera” metida en el cuerpo, en los días siguientes comencé a valorar mi entorno: mi madre era flaca, como mis abuelos; mi padre, por el contrario, era más bien rellenito (“si viene el comunismo, a Lisardo no lo salva ni la caridad”, me decía). Entre los vecinos, los que mayores papeletas tenían para convertirse en jabón eran el señor Manuel y la señora Balbina, Lus, Olarte, Graciana.. por el contrario, seguía mi conjetura, “de los que no se podría hacer ni una sola pastilla son Ramón el peluquero, el señor Eliseo y la señora Manuela, Santín o Julio el panadero”.
Aquellas disquisiciones me ocuparon horas y horas, días y días, de intensa reflexión.

A finales de agosto, estando en casa de mis tíos Marcial y Nieves en San Fíz, oí decir a mi tía que iba a tener que hacer más jabón para lavar la ropa en El Real ya que se le estaba acabando. Yo me quedé sin habla de la impresión.

Después de unos minutos, recuperé la compostura y le pregunté que cómo se hacía. Me contó que ella lo preparaba cociendo, en un caldeiro, unto o sebo, un producto químico que compraba en la droguería de Claudio que se llamaba “sosa”, unos polvos de jaboncillo para quitarle el olor a rancio y agua.

Me mordí la lengua para no seguir preguntado, pero la curiosidad me embargaba. Pasadas unas horas y armándome de valor, cogí el toro por los cuernos. Ni corto ni perezoso me dirigí al huerto donde estaba mi tío Marcial y le espeté:

-Tío, ¿el jabón se puede hacer también con la grasa de los hombres gordos, como hacen los “rojos?”.

Viene a mi memoria su cara de sorpresa, primero, y cabreo, después:

-“Tu estás louco”, me dijo. “Deixame en paz que teño muitas cousas que facer”.

-Pero es que lo dijo el otro día el “tío Dositeo”: que en la Unión Soviética a los viejos les sacan el unto para hacer jabón. Le insistí.

-Iros tú y o tío Dositeo “o carallo”.

Me quedó la duda durante semanas. No me atreví a preguntárselo a nadie más.

Como el paso del tiempo desvanece a esa edad las preocupaciones, me fui olvidando poco a poco de los hombres-jabón... Otras prioridades estaban al caer... entre ellas y la más cercana, las Fiestas del Cristo.

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