miércoles, septiembre 12, 2007

MAÑANA DEL 13 DE SEPTIEMBRE.
trum, purum, puntrúm, palillos de madeira......
La mañana con más nervios de todo el año. Ese día no hacía falta que nadie me despertase. De naturaleza holgazana, mi cuerpo, los 13 de Septiembre, se transformaba, más bien habría que decir que levitaba de la emoción. En cuanto abría el ojo, saltaba de la cama y corría hacia la cocina donde se desarrollaba una febril actividad. Allí, bajo el mando de la señora Emérita, mis tías retocaban y rellenaban roscones, brazos de gitano y preparaban las consabidas empanadas que, a no mucho tardar, irían camino del horno de Quino. La ayuda prestada a mi madre en estos preparativos era imprescindible ya que, a lo largo de las Fiestas, pasaría por mi casa la práctica totalidad de la familia: desde mis abuelos a mis primos pasando por parientes, parientes lejanos, amigos de casa y algún "circunstancial adherido que otro" Todos eran bienvenidos ya que, reflexionaba yo- "cuantos más sean mas potenciales propinas caerán en mi bolsillo".
Después de un desayuno de fiesta (churros de "Pixeta" y un chocolate rallado de una tableta "La Concepción", que mi madre guardaba para que no se lo volatilizase su hijo pequeño en un abrir y cerrar de ojos) y vestido "de domingo", me echaba a la calle. Mis pasos se encaminaban hacia la Sastrería Lisardo para evaluar el "volumen de negocio" que tendría aquél día: reparto de pantalones, trajes -siempre con chaleco- y otros recados a mi padre y a sus múltiples operarios, que ese día siempre dejaban en mis bolsillos unas más que respetables "propinas" (salvo los inevitables "roñosos" que no se estiraban ni a martillazos en la forja del herrero de la Cábila).

A las once y media comenzaba a entrar y salir compulsivamente de la sastrería, en la calle Gil y Carrasco, esperaba a un personaje imprescindible en cualquier acontecimiento festivo: era Fausto Mauríz, maestro pirotécnico, que desde su casa del "Otro Lado" venía camino de San Nicolás cargado con un buen manojo de bombas al hombro.
Como un perrillo faldero, yo echaba a andar tras él, observando la mercancía: "Esa debe ser la primera que echa", "Esas deben ser la que explotan como restralletes", "Esas grandes deben ser las de Gran Palenque de las que habla el programa de fiestas"

Con estos pensamientos y de forma distraía subía la cuesta de la calle Jesús Adrán hasta la explanada delante de San Nicolás (por aquél entonces no había ni fuente "de Las Vacas" ni jardín dedicado al siempre admirado Beberide) y

"allí se producía la gran sorpresa" Majestuosos, impresionantes, admirados hasta la veneración, allí estaban: Los Gigantes, mis Gigantes, los Gigantes que a todos los villafranquinos nos atraen como si del Flautista de Hamelín se tratase."

Desde aquél momento, el tiempo se detenía. La conjunción de Los Gigantes, las bombas de Mauríz, el volteo de las campanas de San Nicolás y la música de los Gaiteiros habituales((trum, purum, puntrúm, palillos de madeira) eran una mezcla lo suficientemente explosiva como para olvidarse de todo y de todos. A mí, en contra del gusto de buena parte de mis amigos, me importaba un carallo buscar las varillas de las bombas de Mauríz, vestirme de Cabezudo o marchar a gastarme el dinero a la Tómbola de los "Hermanos Moura". El poder hipnótico de los Gigantes producía en mí tal impresión que ese día, sólo ese día en todo el año, en casa se me permitía llegar tarde a comer y, aunque no me lo hubiesen permitido, hubiese transgredido la sagrada norma. Lo que más me importaba era ir tras ellos.
¡Felices Fiestas para todos¡.

septiembre 2007

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