"Niño, mañana no vas al colegio. Subirás a Viaríz con tu padre a ver a los abuelos y a la fiesta de San Antonio Laconeiro".
Esa frase de mi madre sonó en mis oídos como música celestial. Corrían mediados los años 60. Tenía unos 12 años. Detestaba el colegio (algún día os hablaré de ello) y aquél día de fiesta me sonó a gloria. Eran unas vacaciones anticipadas entre los Reyes y Santo Tirso. Ese día no hizo falta que me despertase mi madre. Cuando entró en la habitación, ya estaba vestido y calzado (el acontecimiento era tan importante que mi madre fue el día anterior a la zapatería de "Balixa" y me compró unas botas "Gorila" -a mí las botas me daba igual- pero con la compra venía un regalo que me fascinaba: una pelota maciza de goma verde). Salimos a la calle y ¡sorpresa¡: en la plazuela de Don Pío estaba -si la memoria no me falla- un flamante taxi Seat 1.500 con Pedro Cao esperándonos. Paramos a recoger a una de mis tías en Sanfíz y el viaje me resultó fascinante. En ausencia de mi hermano mayor (estudiaba fuera de la Villa) yo iba a ser ese día el centro de atención de una larga familia de siete hermanos por parte de padre y cuatro por parte materna. En Viaríz nos esperaba toda la familia trajeados con "ropa de domingo".Ese día cpomprendí que San Antonio Laconeiro era una fiesta especial. Días antes, los mozos procedían a recoger, casa por casa, donativos para la fiesta que consistían, fundamentalmente, en productos de salazón del cerdo (cachucha, chorizos, pezuñas, lacones, etc.). Después de la misa (todas las mujeres en la iglesia, la mayoría de los hombres fuera fumando y charlando con amigos y conocidos) se procedía a la subasta de los donativos y de lo que se sacaba de la subasta se pagaba la orquesta (llamémosle así) y las imprescindible bombas compradas a Mauríz. Recuerdo la multitudinaria comida en casa de mis abuelos y la tertulia que se montó después, hasta la anochecida cuando -si mal no recuerdo- en el cabanal de la casa del padre de Alfredo Rabaqueiro se montó un bailón de tomo y lomo... Todos los danzantes iban en galochas y tenían un dominio increibe que me fascinó: yo era torpe para el baile y para andar en galochas. Después de la cena mi padre mi abuelo y mis tíos se fueron al baile...yo me quedé con mi abuela en la "cocina baja", recostado en su regazo viendo como el fuego iba secando las castañas y los chorizos y botillos. No recuerdo la vuelta... sólo se que al día siguiente, a la hora de levantarse para ir al colegio, oí que mi padre le decía a mi madre: "pobre, déjalo dormir, estará cansado...que vaya por la tarde". No creo haber dado nunca en la cama una media vuelta con tanto placer
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