La llegada del verano era siempre, una bendición.... Después del “trago” de las notas escolares (casi siempre malas), comenzaba una etapa del año en la que, después de estar pegado por las mañanas a los libros, “ir a bañarse” se convertía en la principal distracción de la tarde. El pozo más cercano a casa, y más “popular” era el pozo de “Las Bolas”. Ubicado un poco más arriba de la casa que ha albergado la Cafetería Burbia, “Las Bolas” estaba dividido en dos partes: una -menos profunda- y otro -la prolongación de éste- mucho más profundo y que se remataba entre el pedregal y la llamada “peña de los cocodrilos” nombre, por cierto que me tenía verdaderamente “acongojado” de pequeño. Sin apenas saber nadar, yo admiraba a toda una serie de mayores de mi edad que se permitían el lujo de “tirarse” desde la enorme peña e incluso desde un árbol –creo recordar, un laurel-que asomaba al río desde la orilla opuesta al pedregal. Dadas mis serias dificultades iniciales con el “líquido elemento” admiraba las evoluciones acuáticas de Xé, Santiago, Milo, Juan de las “Crespas”, Rafael, Pedro Santín, Ferrín y otros muchos, entre ellos, Sindón (que, por cierto, se metía en el agua haciendo un admirable espectáculo en medio de grandes “alaridos” que, por no exagerar, ...se oían hasta en la plaza). De todos ellos me quedaba prendado por sus cualidades natatorias, aunque, como era torpe en ese medio, realmente lo que envidiaba era un artefacto fascinante: la balsa de “Tito Rada” que veía pasar majestuosa por debajo del puente...rio arriba...rio abajo. La Xirula era el siguiente pozo, mucho más pequeño, con un pedregal con mejor arena pero menos espectáculo que “Las Bolas”. Más arriba, un pozo al que le tuve siempre mucho cariño: La “Burra de Pelao”. Yo creo que más que por el pozo en sí por un extraordinario cerezo que Pelao tenía en su huerto y del que nosotros intentábamos siempre “distraer” algunos de sus productos. Quedan muchos pozos por nombrar ( la burra de “Don Vitoriano”, “San Quintín”,”Trevijano”, “Peñarrachada”...). Sólo os mencionaré dos más: En “Las Vegas” –lo más “chic” en aquél momento-, mis amigos me salvaron de un ahogamiento casi garantizado lanzándose al agua, una tarde de primeros de junio todavía con el río crecido, porque mientras nadaba torpemente me encontré, a un palmo de mi nariz, un enorme sapo dándose un baño.... Fuerte impresión, pericia de principiante, braceos incontrolados, primeros tragos de agua con la boca bien abierta y... al fondo. En el “Pozo del Sol” ó “Las Monjas” he vivido las mejores tardes de merienda de mi infancia y adolescencia. Me ha encantado siempre “amergullar” (bucear) en ese pozo con roca saliente, buena posición para el sol de tarde, habitualmente frecuentado por dos hermanas,“Las Poleras”, que desaparecían en cuanto llegábamos la “tribu de cafres”.
lunes, enero 15, 2007
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