Tarde de domingo. Después de la comida, se avecina uno de los principales acontecimientos de la semana. A las tres de la tarde estoy ya pertrechado para coger carrerilla rumbo a la plaza. Allí me encontraré con los amigos. Lugar de encuentro: el puesto de chucherias de “Pixeta”. Las pipas eran cosa del “carrito de Inés” pero las patatas fritas (cucurucho de papel de estraza) era el producto estrella de Pepe “Pájaro”. El “Teatro Villafranquino” forma parte de mis mejores recuerdos de la infancia. Siempre me ha fascinado. En la remodelación que se hizo hace años tuve la ocasión de descubrir uno de sus grandes secretos: el colosal artilugio utilizado durante décadas para levantar el suelo de butacas hasta la altura del escenario para hacer una “pista de baile” en carnavales y otras grandes ocasiones (sí queréis saber algo más de ello os recomiendo el fantástico librito de cuentos de Ramón Carnicer “Cuentos de Ayer y de Hoy”.
Yo no llegué a conocer estas fiestas. De aquellos años sólo recuerdo el “ambigú” atendido por el polifacético “Mario”, el uniforme de “Pepe” (que parecía un capitán general con librea de color gris, sus corchetes dorados de latón y sus cordones blancos) y el ir y venir de Pedro “Baliñas” (con los rollos de películas y sus entradas y salidas de la sala de proyección a la cabina de rebobinado, instalada en un cuarto del pasillo de palco a la derecha). Pasados los años, Pedro, viendo mi interés por los “intríngulis” de la proyección, terminaría explicándome todos los pasos que seguía para poner en marcha la máquina de proyección, montaje de los rollos, corte en los descansos, ajuste del “cuadro”, etc) Las películas que más disfrutábamos eran las de de “guerra”, “romanos” y, sobre todo, las de “indios y vaqueros”. Estas últimas tenían, además, un especial aliciente. Recuerdo una sesión de tres y media de la tarde un día de Reyes en la que todos los amigos fuimos “pertrechados” con nuestras recien estrenadas pistolas con “restralletes” y no paramos de “matar al malo” cada vez que aparecía en pantalla. En estas atípicas sesiones cinematográficas no faltaban, de forma esporádica, alguna “bomba fétida” o “polvos pica-pica” que le daban su particular “olor” a la sesión. Cumplidos los 16 años y con cuatro pelos en el bigote, el reto era entrar a las películas para mayores de 18 años. En butaca, platea y palco...impensable. El único sitio posible era el “gallinero” donde reinaba Manolo “Zabulón” (pido perdón por el mote, que a él no le gustaba nada).Al no tener la edad reglamentaria, Manolo imponía una serie de condiciones: si te dejaba pasar (dependía de lo “fuerte” que fuese la película) había que entrar con la sesión comenzada y salir antes de que terminara. Además, había otra condición inherente a su estado de ánimo: gran aficionado al fútbol, si había ganado el Barça había un 99’9 por ciento de posibilidades de que nos dejase pasar... si perdía, la cosa se ponía mucho más cruda. Cada vez que voy ahora a “mi” cine no he dejado de admirar nunca el mural situado encima del escenario con la frase “Fecit Anno 1.905”. Este año (si la memoria no me falla) se cumple el centenario de su construcción
No hay comentarios:
Publicar un comentario