Dando tumbos con la “profesión a cuestas”, conocí hace muchos años un bar en Zaragoza que habían montado media docena de amigos. S
e llamaba “El Capazorras”. Era un sitio “exclusivo”.
No penseis mal: era “exclusivo” no por exquisito sino porque la media docena de socios tenían potestad para invitar a sus amigos y, excepto socios y amigos,... ¡¡¡ allí no entraba nadie más ¡¡¡. Un día pregunté a uno de los dueños el motivo que les llevó a fundar el bar. La respuesta fue sencilla: “la bebida es más barata que en cualquier otro local y, además, nos sirve para estar con los amigos”. Os cuento esto porque mantengo la teoría de que Leonardo –“Leo para los amigos”, decía- montó el bar con dos finalidades: estar con los amigos y beber, de paso, unos vasos “de balde”. La primera bodega de “Leo” ocupaba la habitación más próxima a la calle del Agua destinada ahora a las mesas para tomar tapas. Se entraba por una puerta a la izquierda del portal, ahora tapiada. Tras la puerta, a la izquierda... la barra (un paño de madera de castaño).... dos bombillas al aire iluminaban toda la estancia....como mesas, dos grandes rodajas de madera rematadas con tres palos... asientos de taburete. Era una bodega no apta para las prisas, se discutía de todo y por todos, se comían unas patatas bravas bastante diferentes a las de ahora (cachelos algo picantes y caldosos arropados con pan de trigo-centeno) y nunca, nunca le faltó un dueño con humor. Sin embargo, a Leo le agobiaba la multitud, por eso, cuando se encontraba entre amigos, no dudaba algunas veces en cerrar la puerta. Recuerdo una noche que fuimos a comernos unos cochorros cocinados en salsa picante. Tras la cena, regada por un par de botellas de “Penediños”, Leonardo subió a casa por el saxofón, cerró la puerta de la bodega y nos deleitó con una tanda de pasadobles... A mitad de recital, alguien gritó desde la calle:
“Leo... ¡¡¡ abre¡¡¡ “.
-“Nooooo.... estoy”, respondió Leo y siguió tocando
martes, enero 10, 2006 ...
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