Si nos situamos en la esquina donde se encontraba la peluquería del Sr. Ramón (por cierto, el otro día me olvidé deciros que era un fumador de los de un pitillo tras otro hasta el punto de tener el dedo meñique de la mano derecha de color amarillento-tabaco).. Os decía que al lado de la peluquería se encontraba la sastrería de Pepe. Un apuesto maestro-sastre natural de Vilela. Alto, moreno, siempre impecablemente vestido, Pepe hizo sus primeros pinitos en la profesión como “oficial” en la sastrería de Lisardo. Allí conoció y comenzó a galantear con Conchita, su “chica” hasta que una desgraciada enfermedad nos hurtó a él y a todos los que la conocimos de su belleza y bondad. Conchita era hija del propietario del Bar “Pepe” de la plaza (“el pardillo”, para entendernos) y de la señora Elena, mujer siempre atareada que hacía para el bar las mejores patatas fritas que he probado en mi vida (y mira que las de “Genín” han quitado siempre el hipo). Todavía recuerdo cómo se me iban los ojos tras una enorme lata que salía de su casa a media mañana camino del bar mientras pensaba. “un día me haré rico y ya verás... subiré con 25 pesetas a casa de la señora Elena y le compraré hasta la lata”. Contigua a la sastrería de Pepe se encontraba una de las multipropiedades de la familia Olarte en el barrio. El portón contiguo guardaba un garaje para el camión “Ebro”,primero azul y después de color rojo, que Tiquio Olarte utilizaba para el reparto de bebidas. Era el “no va más”...un gran volante, asientos de cuero, palanca al suelo y todos los avances tecnológicos de la época con un cuentakilómetros que, si mal no recuerdo, tenía un tope de 80Km/h. Como comprendereis, en este afán de estar “a la última”, un día llegué a casa diciendo que yo, cuando fuese mayor, quería ser como Tiquio y tener un camión “de color rojo ¿eh?”.
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