jueves, enero 04, 2007

EL BARRIO DEL CASTILLO.

“Al entrar en Villafranca, lo primero que se ve, es el castillo del Conde y el garaje de Valdés”.
Procedente de Cacabelos (donde mis padres me habían comprado en la Pascua una bolsa de avellanas), y con la excitación de ver como el señor Luís manejaba la gran palanca de cambios del autobús de la empresa Fernández, esta coplilla retumbaba en mi cabeza sólo encarar la recta que divisaba las primeras edificaciones de la villa. A finales de los años 50 y primeros de la década de los 60, el garaje de Valdés era toda una joya a visitar por los críos de mi edad. Allí se procedía a la reparación de los escasos coches que había, bajo la atenta supervisión de Valdés-padre. Yo, como mi hermano era amigo de su hijo, aprovechaba toda ocasión que podía para acercarme a husmear: colocación de ballestas, montaje de motores de las primeras “carrozetas”, cambios de aceite... Todo me fascinaba, hasta el punto de que, hasta que se cerró el taller, mediados los 80, llevé siempre mi coche a cambiar allí el aceite.

Por lo que respecta al Castillo, yo lo encontré siempre impresionante. Nunca estuve en su interior pero me sobraba imaginación para “ver” las luchas desde los huecos de sus paredes o las mazmorras donde se retenía a los malos.

El barrio del Castillo ha sido siempre un barrio en el que me he sentido muy a gusto. Además de la Fiesta de San Blás, la Feria de Santiago, en el barrio del Castillo tenía varios amigos (Vellina –que, como ya he contado, hasta me permitía coger cañaveiras para el “mayo”-, Aquilino, Luis,...), pero, además, contaba con un impresionante “salón de juegos”: El Campo de la Gallina.

Deslizarse con el trineo (en verano untado de sebo para que corriera bien); andar detrás de pardales y cochorros por el camino de la Virgen –primero con tirachinas,... con escopeta, después; “distraer” para el estómago moras, peras, manzanas; ....ver los progresos en la construcción de la fuente de San Lázaro; ... tomarte a la vuelta, todo sudoroso, unos buenos tragos de la fuente de La Libertad..... un sinfín de placeres terrenales. Sin embargo, donde verdaderamente había que trabajar con la imaginación era ante un promontorio cuadrado de piedra que había a mitad del Campo de la Gallina.

Existía la teoría que, hacía muchísimos años, en ese lugar, se levantaba un patíbulo donde la Inquisición ajusticiaba a los herejes. El nombre de Torquemada producía escalofrío.... Y como la cosa no podía quedar ahí, los mayores nos “acongojaban” a los pequeños abundando en otros ejemplos de sadismo y torturas inquisitoriales. Según uno de ellos, debajo justo del altar mayor de la iglesia de San Francisco se encontrarían dos máquinas de tortura de la Inquisición: en una de ellas, al hereje se le sentaba inmóvil en un banco y, sobre su cabeza, se dejaba caer un “gota a gota” de agua hasta que se le perforaba el cerebro y moría...en el otro caso, al reo se le sentaba en un lugar y, desde lo alto, se dejaba caer un gran caballo (para unos de bronce...para otros de oro) con una pica en el estómago que partía en dos al hereje. Cuando comenzaron las primeras obras de renovación de San Francisco, yo me pasé todo el tiempo preguntándoles a los que allí trabajaban...
- ¿Y... cuándo vais a levantar el Altar Mayor?.

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