lunes, junio 01, 2009

“Hace un millón de años”.

Agazapado en las últimas filas del cine, en "gallinero", prácticamente de tapadillo por lo ilegal, yo no daba crédito a lo que veía en pantalla. Aquella mujer no podía ser de verdad, era demasiado hermosa para creer en su existencia real.
Durante toda la semana, los rapaces no habíamos hablado de otra cosa. Desde que en la sesión de tarde del domingo anterior Mario, el acomodador, repartiese los programas de mano con los próximos estrenos, nuestro propósito fue claro y terminante: había que entrar al cine a ver aquella belleza fuera como fuese y costara lo que costase. Teníamos 14 años, a lo sumo 15, y la "calificación moral" era un impedimento casi insalvable: "autorizada para mayores de 18 años (con reparos)".
Las normas eran claras y contundentes: no había forma de entrar a ver las películas "para mayores". Bueno, esas eran las normas aunque, éstas, siempre tienen sus excepciones y rendijas para ser subvertirlas. Y nosotros encontramos el "talón de Aquiles" para colarnos por las grietas de la moralidad.
Todos los chicos de la época sabíamos que Manolo, el portero del cine de "general" o "gallinero", era un amante del balompié y forofo del F.C. Barcelona.
De fuerte complexión y algo cascarrabias, derretía sin embargo su mal humor cada vez que el equipo de sus amores ganaba un partido. Y por esa debilidad suya… atacamos sin piedad aquella tarde. Una estrategia largamente elaborada durante toda la semana anterior.

Desde las cinco de la tarde de aquél domingo de primavera, no nos separamos de la radio. Se jugaba una nueva jornada de la disputada liga, con el Barça y el Real Madrid de "gallitos", y la suerte vino a nuestro encuentro: el Barcelona ganó al Deportivo de La Coruña por un contundente 4-1. Una vez terminado el partido, corrí como un poseso desde mi casa a la puerta del cine para darle la buena nueva a Manolo. Y allí le espeté la noticia:
-Manolo, el Barça, ha "goleado" al Coruña…. Le ha metido 4 goles (me callé el gol del Deportivo, para ser más contundente aún).
A Manolo se le mudó el semblante y con una sonrisa me dijo.
-Este año ganamos la liga seguro.
Era el momento. "O ahora…o nunca", me dije a mi mismo.
-Oye Manolo. Quería pedirte un favor: tengo ya 17 años y voy camino de los 18 (mentí como un bellaco, levantando disimuladamente las punteras de los zapatos para aparentar más altura). Y a mí me gustaría ver la película de hoy "para mayores", que me han dicho que está muy bien…

Manolo se me quedó mirando con cara de pocos amigos aunque, poco a poco, su severidad se vio contrarrestada por el recuerdo de la buena noticia futbolera que le había traído el hijo pequeño de Lisardo el sastre.
-Bueno, te dejaré pasar pero con varias condiciones. Tiene que sacarte la entrada un mayor; deberás entrar cuando haya acabado el Nodo y empezado la película; deberás colocarte en un rincón donde no se te vea mucho y, por último, tendrás que salir del cine antes de que termine la sesión, con las luces apagadas. Si no lo haces así no te volveré a dejar pasar hasta que tengas 18 años , ¿entendido?.

Seguí sus instrucciones al pié de la letra. Desde un rincón de "gallinero", pasé la película con los ojos como platos. A mí poco me impresionaron las devastadoras erupciones volcánicas o las luchas de las horribles bestias prehistóricas que estaba viendo. Todos mis sentidos estaban puestos únicamente en Raquel Welch, aquella explosiva rubia del "pueblo de las conchas" , … aquella rubia en bikini prehistórico que me aceleraba el joven corazón cada vez que aparecía en pantalla. Claro que no era para menos. Mi admirada Raquel Welch empezaba ya a ser conocida por aquél entonces como "El Cuerpo" y, con los años, terminaría convirtiéndose en una de las sex-symbols más importantes del cine de los años 60 y 70.

Cuando más entretenido me encontraba, una mano se posó sobre mi hombro y, en voz baja ,oí al oído una orden contundente:

-Venga… fuera, que se acaba la película.

No quedaba más remedio que acatar la orden si quería repetir experiencia. Me levanté del asiento corrido de madera del "gallinero" y, en medio de la penumbra, salí del cine con un rictus de satisfacción en la cara y la imagen de aquella impresionante rubia en mi mente;… una imagen que tardó meses en desaparecer de la memoria.
Volví otras muchas veces al cine "para mayores de 18 años" antes de cumplir la edad reglamentaria. Una veces tuve la suerte de pasar; otras, por el contrario, Manolo no estaba de humor y me despachaba con el consabido "Hoy no puede ser".
Lo que sí tuve que hacer, años después, fue volver a contemplar muchas de aquellas películas de "visionado ilegal" para enterarme de cómo empezaban y cual era su final. Fue el agradecido pago por contemplar, antes de tiempo, qué sucedió "Hace un millón de años".

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