miércoles, marzo 25, 2009

No lo dudó ni un instante. Él era un tipo resolutivo,... vamos... un tipo con la “sangre caliente”.
Bastó un simple comentario de mi abuela Elena sobre las hipotéticas penurias de uno de sus hermanos para que se pusiera en marcha, con la determinación que tuvo siempre a la hora de ayudar a los suyos.
Ese día, cuentan quienes estaban con él en la cocina baja de “Casa Soutín”, que Segundo se fue disparado como una bala hacia las diferentes habitaciones y, tras el conveniente “rebusco” por todos los armarios, se enfundó, en un santiamén, uno encima de otro hasta seis pantalones ( si… no me he equivocado… habéis leído bien,… seis pantalones) para soportar el frio y la nieve, en un helador día de diciembre de la postguerra ,y poder así cumplir su objetivo: bajar andando desde Viaríz con un “feixe” de leña para su hermano Lisardo, recién casado e instalado con Emérita en la Villa.

Mi tío Segundo.

Nadie me podrá decir lo contrario: todos hemos tenido siempre una persona en la familia por la que sentimos un poco más de aprecio, o debilidad, que por el resto. En mi caso, nunca he tenido la menor duda. He apreciado siempre mucho a todos mis familiares pero el cariño hacia Segundo (una estima, por cierto, compartida por ambas partes) siempre fue muy especial.

Este ser emprendedor, buena persona, recto y “coñero” a la vez, trabajador incansable, adelantado motorista con casco para su época, trasegador pertinaz de vino y todo tipo de destilados legales e ilegales, fue el paradigma de la osadía de los siete hijos de Inocencio y Elena, mis abuelos paternos.

Nunca se achantó ante nada y ante nadie. Amigo de remedios caseros (aquí os he hablado ya de su método de friega de ortigas para combatir la pulmonía), visitador de "compostores” y curanderos, convencido de que las medicinas cuanto más caras…más buenas, Segundo sufrió, como todo hijo de vecino de Viaríz en aquella época, una infancia y adolescencia llena de trabajo y estrecheces. Se deslomó por los huertos empinados del pueblo, pastoreó cabras y ovejas, curtió la piel en siegas y vendimias, se buscó la vida como albañil y cualquier otro trabajo temporal que le salía al paso.

Su carácter recto, noble y abierto, de verbalizar siempre lo que pensaba, le hizo granjearse buenas amistades, aunque también algún que otro enemigo. En “Casa Soutín” siempre se le consideró como el “arrematao” de la familia.
Nunca se arredró ante nada ni ante nadie, sobre todo a la hora de defender a los suyos…Como aquél día en que cansado ya de que un vecino del pueblo se metiese y pegase continuamente “pescozones” a Domingo, su hermano pequeño, Segundo tomó la justicia por su mano. Al verlo llegar lloriqueando una vez más a casa, Segundo no se lo pensó dos veces: le advirtió a mi abuela que sería la última vez que a Domingo le pasaba algo similar, cogió un pico y una pala, se fue en busca del agresor de su hermano, lo sacó del pueblo y, cuando lo encontró mi alarmado abuelo, Segundo, a punta de escopeta, hacía cavar un hoyo al pobre infeliz después de asegurarle:

-“Cava hondo porque ésta será tu tumba. Se te acabó pegarle a mi hermano,… cabrón, que eres un cabrón que sólo te atreves con los más inocentes ”.

Conociendo su carácter, yo, después de tantos años, tengo todavía mis dudas si la amenaza era real o no... la “puesta en escena” desde luego sí que fue “impecable”.

Tras una mili interminable, Segundo comenzó a “rondar” a Pilar, una moza de Villagroy que, pasado el tiempo, se convertiría en su mujer. Con sus mejores galas, mi tío emprendía camino hasta el pueblo vecino todos los domingos por la tarde para volver, ya de noche cerrada y a la luz de un farol, de regreso a casa. Todos los miembros de “Casa Soutín” le advertían una y otra vez lo peligroso de andar de noche, sin compañía, por los caminos. Dada la insistencia de padres y hermanos sobre esos supuestos riesgos, Segundo descubrió un día sus cartas… su arma secreta para combatir posibles problemas. Se fue a la habitación y volvió a la cocina con un buen manojo de bombas de mano que había “decomisado” en la mili del polvorín donde estuvo destinado unos meses….

-“Non hay problema, -dijo mi tío-,… si me sae alguén e me quere mancar lle mango una bomba e xá está”.

Amante de “mambos” y “pasodobles”, Segundo encaró sus últimos meses de vida poniendo, como él decía, “las cosas en su sitio”. Antes que la enfermedad lo dejase en silla de ruedas y postrado definitivamente en la cama, este blasfemador nato se puso a bien con la hasta entonces ignorada iglesia (“por si acaso… que nunca se sabe que hay después….”, me dijo un día).

Su funeral y entierro fue un compendio, un tributo a su sempiterno carácter “coñero”: dada la cantidad de gente que acudió a despedirlo, el féretro fue velado las últimas horas en la explanada delante de su casa, mientras sus gallinas picoteaban alrededor del ataúd.
Cuando llevamos sus restos a la iglesia, el cura se deshizo en alabanzas hacia él: “una vida dedicada a Dios…” tronaba el sacerdote, mientras los miembros de la familia nos dábamos codazos y reprimíamos la sonrisa recordando al siempre descreído ex blasfemador.
Camino del cementerio (y como nos encontrábamos en periodo de caza), un todoterreno impedía el paso por lo que tuvimos que voltear la caja mortuoria casi de canto, mientras toda la comitiva fúnebre se convertía en un enorme y embarullado tapón… Y ya para remate, a la hora de meter sus restos en la fosa (que él mismo había construido), descubrimos que el féretro no cabía en la tumba….En sus mediciones, Segundo no había previsto una caja con ribetes y resaltes en las cuatro esquinas por lo que hubo que interrumpir nuevamente la ceremonia e ir a buscar un machado al pueblo para recortar las peanas de apoyo del ataúd….
Estoy seguro que su espíritu burlón no dejó de sonreír ni un solo instante.
Así era Segundo, mi tio.

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