jueves, marzo 12, 2009

(La frase se ha convertido en todo un ritual. Parece que esté escuchando a Carlos de “La Alameda” o Toño del “Pitillo” hacer la pregunta de rigor: ¿unas “gotas” con el café?)
"Agua de Fuego”
Es, sin duda, la mejor definición del “aguardiente” o al menos la que a mi, particularmente, más me ha gustado de todas las formas que he oído para describir este nuestro violento bebedizo.

Lo de “Agua de Fuego” lo escuché por primera vez, hace muchos años, en la típica película del Oeste que el Cine Villafranquino ofrecía a su distinguida clientela los fines de semana. Los “indios” descubrían el alcohol y un destilado, al que llamaban “whisky”, que los vaqueros bebían profusamente, sobre todo en el “saloon"… En alguna de las múltiples películas que proyectaba con maestría Pedro Baliñas (salvando algún “salto de cuadro” que otro, pitado como aviso desde las cuatro esquinas del cine), los “pieles rojas” o “comanches” se convertían en adictos al destilado de los “cara pálida”. De ahí, trasladar la denominación "agua de fuego" a nuestro aguardiente fue un paso fácil: agua por su color y fuego por su aspereza y potencia.

En la Villa, en los inicios de la década de los 60, era por cierto esto del whisky (como el ron, la ginebra o el vodka ) una bebida tan exótica como el “Licor 43” o el “Cointreau”… Todavía tendrían que pasar unos cuantos años para que el “DyC” (“Selected Blended”, rezaba en su etiqueta), nuestro whisky nacional, se introdujese como una de las bebidas habituales de los villafranquinos , rompiendo la hegemonía de la larga lista de marcas de coñacs y anís, las dos bebidas cuyas botellas poblaban, casi en su totalidad, las estanterías de bares, cantinas y casas de comida de la Villa.

En este recorrido por los alcoholes de la Villa no quiero dejar de citar, por cierto, un bebedizo local y, lógicamente, también explosivo: la famosa “Carga”, una combinación exclusiva y barata que la “Sala de Fiestas – Pista Pancho” del señor Francisco Rico, el siempre recordado Paco Pancho, ofrecía a su clientela los domingos y festivos en su habitual baile con orquesta. Nunca llegué a conocer la composición del brebaje… si constaté, en persona y varias veces, sus mareantes resultados.

En los últimos días de enero o a comienzos de febrero, antes que comenzasen las tareas agrícolas de la ya cercana primavera, en Viaríz, llegaba a las manos del abuelo Inocencio la alquitara para hacer el aguardiente.Todo un rito comunal que los vecinos se iban pasando unos a otros en los estertores del invierno para tener “carburante casero” el resto del año.

Con la alquitara abierta y una buena base de “xarmento”, el abuelo vertía el “bullo” y los garrafones de vino precisos, sellando finalmente la pota con una mezcla, si no me falla la memoria, de agua, harina y “salvao”. Así, con la paciencia debida, comenzaban a caer “postura” tras “postura” de aquél exótico destilado en un laborioso trabajo al que Inocencio no le quitaba ojo como buen supervisor, durase el tiempo que durase toda la operación.

El carácter explosivo de los resultados del alquimista de “Casa Soutín” lo puede constatar la siguiente anécdota que paso a relataros.

Un frío día en el que Inocencio preparaba el aguardiente, llegó a Viaríz un hombre que, año tras año, pasaba por diferentes pueblos de la zona para comprar pieles. El abuelo le enseñó las pieles de oveja que tenía, discutieron el precio y sellaron el acuerdo con un apretón de manos. Inocencio, como buen anfitrión, le ofreció al comprador de pieles un vaso de vino pero él, girando la vista hacia la alquitara en marcha, le dijo que prefería un poco de aguardiente…. Y, ni corto ni perezoso, se dirigió hacia el pozal donde, gota a gota, caía el preciado licor.
El abuelo, prudente, le dijo:

-Xa lle saco un pouco da jarra que ese é forte e estalle muy quente.

El hombre lo miró con autoridad y le dijo que no… que él quería del recién hecho y que no importaba que estuviera caliente.
Con cara de compasión, Inocencio le acercó un vaso y el comprador de piel lo llenó hasta el borde. En un santiamén, el invitado se llevó el vaso a la boca y lo trasegó de un único trago.
Los efectos fueron fulminantes. Como un tablón que dejas caer hacia atrás, el comprador de pieles dio un ligero traspiés y cayó, todo lo largo que era, en el barrizal próximo, una mezcla de barro y plastas de vaca.

Mi abuela Elena, que estaba viendo toda la operación desde la ventana de la cocina salió gritando:

-Ay, Inocencio, mataches a ese home…. O mataches, mientras corría a socorrer al inconsciente accidentado..

Inocencio ni se inmutó y le contestó a mi abuela:

-Xa o dixe: que era forte e estaba quente pero insistiu tanto que non o pude convencer.

Mientras decía esto, Inocencio me giñó el ojo con una sonrisa picarona bajo su inseparable boina.

Y hablando de mi familia y su relación con el “agua de fuego” contaros una anécdota que me recordó días pasados mi hermano Lisardo: en "Casa Soutín" vivía, con Inocencio y Elena, mi tío-abuelo Darío, hermano de mi abuela Elena, que murió con 96 años de “muerte natural” (o sea, de viejo). Cuando fueron a recogerle la habitación tras su fallecimiento, al tío Dario le encontraron escondidas, debajo de la cama y en la rústica mesilla de noche, unas 20 botellas del preciado licor… unas sin “encetar”, otras escurridas hasta la última gota,… no sé bien si para combatir los largos y crudos inviernos o para alegrar las penas de una vida llena de trabajo y estrecheces… O quizás por ambos motivos… ¡¡¡ quien sabe ¡¡¡

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