- Niño, tienes que llevar dos pantalones a casa de Francisco El Guardia y un traje a Luis el del Molino.
- ¿Qué hora es?
- Las once y cuarto pasadas...
- Los llevaré por la tarde,... ahora me voy a San Nicolás, que están a punto de salir los Gigantes.
- De acuerdo, pero recuerda que esta tarde tienes que hacer éstos dos recados y unos cuantos más.
“LA VÍSPERA”
(dedicado a todos aquellos que siguen emocionándose con la visión de los Gigantes y el reiterado sonido del “trum-purrúm-pun-trún, ....palillos de madeira”).
Salí pitando de la sastrería.... Había sido una larga espera.... Aunque hacía unos días los había visto mientras se hacían los últimos preparativos en San Nicolás, un año sin ver a los Gigantes por la calle era mucho, por lo que el nerviosismo iba en aumento conforme se acercaba la hora...
Camino de San Nicolás, por la calle de Jesús Adrán, casi todos los 13 de Septiembre solía encontrarme (o ¿me hacía el encontradizo?) con Fausto Mauríz y un buen manojo de bombas -entre ellas, unas de “gran palenque”- que servían de aviso para anunciar la fiesta más esperada: El Cristo.
Esa mañana, desde hora temprana, mi casa vivía ya un gran ajetreo... Mi madre, junto a alguna de mis tías, había madrugado más de lo habitual.... El olor que desprendía la cocina llenaba toda la casa... Una gran fuente de barro estaba ya en el fuego con el cordero traído de Viaríz... En otra cazuela, un par de pollos de corral, de aquellos de carne medio amarillenta y sabor intenso. Mi madre preparaba dos empanadas para llevarlas al horno de Quino junto a tres roscones y una pieza alargada de bizcocho que se convertiría posteriormente en un sabroso “brazo de gitano”... El arroz con leche ya estaba listo desde el día anterior. Yo me encargaría de ir a por los pasteles a la Plaza (el “impuesto revolucionario” por el recado era siempre el mismo: un “milhojas” no llegaba nunca a casa...).
¿Para qué tanta comida?. La respuesta es fácil: al día siguiente, el día del Cristo vendrían mis abuelos, buena parte de mis tíos y primos y.... algún invitado de última hora. Unas comidas y cenas que yo disfrutaba con la alegría de ver la casa llena de gente (es decir, potenciales "paganos" de propina ) y a mis padres contentos de estar rodeados de los suyos.
Detrás de Fausto Mauríz, subiendo la calle Jesús Adrán, yo admiraba las bombas, pero, sobre todo, las cañas que las sujetaban; unas varas desgraciadamente en aquél momento vetadas para mí: los mayores se hacían con ellas en la Calle del Agua, las huertas del Sucubo o la viña de los Paúles...¡¡¡ y a ver quien se las quitaba¡¡¡.
Conteniendo la emoción, subía como una flecha las escaleras de San Nicolás... y .... ALLÍ ESTABAN... Don Quijote, El Cid, Doña Dulcinea.... junto a ellos, con una toalla rodeada a los hombros, los admirados “bailadores” que les daban vida: “Mon”, “Garán”, Benjamín “Pelós”, Mario....
A las doce en punto, mientras las campanas de San Nicolás cantaban su inconfundible sonido y retumbaban las bombas, los Gigantes bajaban majestuosos las escaleras para iniciar su recorrido por la villa. Tras ellos... siguiendo su estela... sonrientes...como hipnotizados... un buen número de personas....
“Trum-purrún-puntrún-Palillos de madeira.....” ...
El ritual se sigue produciendo año tras año..... Es como si “El flautista de Hamelin” se hiciese realidad cada 13 de Septiembre por las calles de la villa: Los Gigantes bailando y, junto a ellos, el sonido inconfundible de la gaita, el tambor y el bombo... detrás ... la gente, admirando lo de siempre y contenta de estar, como siempre, “tras los Gigantes”
- Niño, llegas tarde a comer..
- Lo siento mamá, pero es que...
- Es que,.. es que.. “me he entretenido tras los Gigantes”, ¿verdad? , remataba la frase mi madre.
- Pues si....
- Venga, vete a lavarte las manos que tu padre está a punto de venir.
TARDE DEL DÍA 13
En la sastrería de Lisardo, ese día era de enorme ajetreo: entrega de pantalones y trajes encargados “para la fiesta”, elección de camisas y corbatas, pañuelos, cinturones... Un día movido que a mí me venía como “anillo al dedo”. Era el “repartidor”: los pantalones, colgados con el brazo en cabestrillo, los trajes, envueltos en papel y lazados con cuerda de pita... Raro era el reparto en el que no “caía” algo: dos reales, en algunos casos la extraordinaria peseta...
Trás los recados, a última hora de la tarde, yo me había agenciado con una “bolsa extra” a la que se añadía la propina de mis padres y tíos... Un dinero, por cierto, que ya tenía destino: el carrito de Inés, los barquillos del barquillero de Ponferrada (pese a tentar siempre al destino, cayese el número que cayese en su ruleta, el premio era siempre el mismo), el puesto de Pepe “Pájaro” y sus cucuruchos de patatas fritas, el puesto de tiro (mi puntería nefasta se compensaba con el “ojo de lince” y la puntería de mi hermano mayor, auténtico terror para los dueños de los puestos), la tómbola de los Hermanos Moura....
Después de cenar, mis padres me dejaban salir un rato con los amigos para "dar una vuelta" y ver el comienzo del baile de noche... Era el último acto de una magnífica jornada, esperada todo el año con intensa emoción .
Ya en la cama, hacía recuento del día. Los dos últimos pensamientos antes de caer rendido en brazos del sueño eran, por aquellos años, siempre los mismos:
- “Mañana salen de nuevo los Gigantes” ... y... “De mayor quiero ser uno de los saxofonistas de “Los Galaicos Compostelanos”... o de “Saratoga”, “La Rambals”, “La Jo” de Orense...o de.... la orquesta que viniese a deleitar la primera noche del Crito en la Alameda del Jardín.
FELICES FIESTAS PARA TODOS.
- ¿Qué hora es?
- Las once y cuarto pasadas...
- Los llevaré por la tarde,... ahora me voy a San Nicolás, que están a punto de salir los Gigantes.
- De acuerdo, pero recuerda que esta tarde tienes que hacer éstos dos recados y unos cuantos más.
“LA VÍSPERA”
(dedicado a todos aquellos que siguen emocionándose con la visión de los Gigantes y el reiterado sonido del “trum-purrúm-pun-trún, ....palillos de madeira”).
Salí pitando de la sastrería.... Había sido una larga espera.... Aunque hacía unos días los había visto mientras se hacían los últimos preparativos en San Nicolás, un año sin ver a los Gigantes por la calle era mucho, por lo que el nerviosismo iba en aumento conforme se acercaba la hora...
Camino de San Nicolás, por la calle de Jesús Adrán, casi todos los 13 de Septiembre solía encontrarme (o ¿me hacía el encontradizo?) con Fausto Mauríz y un buen manojo de bombas -entre ellas, unas de “gran palenque”- que servían de aviso para anunciar la fiesta más esperada: El Cristo.
Esa mañana, desde hora temprana, mi casa vivía ya un gran ajetreo... Mi madre, junto a alguna de mis tías, había madrugado más de lo habitual.... El olor que desprendía la cocina llenaba toda la casa... Una gran fuente de barro estaba ya en el fuego con el cordero traído de Viaríz... En otra cazuela, un par de pollos de corral, de aquellos de carne medio amarillenta y sabor intenso. Mi madre preparaba dos empanadas para llevarlas al horno de Quino junto a tres roscones y una pieza alargada de bizcocho que se convertiría posteriormente en un sabroso “brazo de gitano”... El arroz con leche ya estaba listo desde el día anterior. Yo me encargaría de ir a por los pasteles a la Plaza (el “impuesto revolucionario” por el recado era siempre el mismo: un “milhojas” no llegaba nunca a casa...).
¿Para qué tanta comida?. La respuesta es fácil: al día siguiente, el día del Cristo vendrían mis abuelos, buena parte de mis tíos y primos y.... algún invitado de última hora. Unas comidas y cenas que yo disfrutaba con la alegría de ver la casa llena de gente (es decir, potenciales "paganos" de propina ) y a mis padres contentos de estar rodeados de los suyos.
Detrás de Fausto Mauríz, subiendo la calle Jesús Adrán, yo admiraba las bombas, pero, sobre todo, las cañas que las sujetaban; unas varas desgraciadamente en aquél momento vetadas para mí: los mayores se hacían con ellas en la Calle del Agua, las huertas del Sucubo o la viña de los Paúles...¡¡¡ y a ver quien se las quitaba¡¡¡.
Conteniendo la emoción, subía como una flecha las escaleras de San Nicolás... y .... ALLÍ ESTABAN... Don Quijote, El Cid, Doña Dulcinea.... junto a ellos, con una toalla rodeada a los hombros, los admirados “bailadores” que les daban vida: “Mon”, “Garán”, Benjamín “Pelós”, Mario....
A las doce en punto, mientras las campanas de San Nicolás cantaban su inconfundible sonido y retumbaban las bombas, los Gigantes bajaban majestuosos las escaleras para iniciar su recorrido por la villa. Tras ellos... siguiendo su estela... sonrientes...como hipnotizados... un buen número de personas....
“Trum-purrún-puntrún-Palillos de madeira.....” ...
El ritual se sigue produciendo año tras año..... Es como si “El flautista de Hamelin” se hiciese realidad cada 13 de Septiembre por las calles de la villa: Los Gigantes bailando y, junto a ellos, el sonido inconfundible de la gaita, el tambor y el bombo... detrás ... la gente, admirando lo de siempre y contenta de estar, como siempre, “tras los Gigantes”
- Niño, llegas tarde a comer..
- Lo siento mamá, pero es que...
- Es que,.. es que.. “me he entretenido tras los Gigantes”, ¿verdad? , remataba la frase mi madre.
- Pues si....
- Venga, vete a lavarte las manos que tu padre está a punto de venir.
TARDE DEL DÍA 13
En la sastrería de Lisardo, ese día era de enorme ajetreo: entrega de pantalones y trajes encargados “para la fiesta”, elección de camisas y corbatas, pañuelos, cinturones... Un día movido que a mí me venía como “anillo al dedo”. Era el “repartidor”: los pantalones, colgados con el brazo en cabestrillo, los trajes, envueltos en papel y lazados con cuerda de pita... Raro era el reparto en el que no “caía” algo: dos reales, en algunos casos la extraordinaria peseta...
Trás los recados, a última hora de la tarde, yo me había agenciado con una “bolsa extra” a la que se añadía la propina de mis padres y tíos... Un dinero, por cierto, que ya tenía destino: el carrito de Inés, los barquillos del barquillero de Ponferrada (pese a tentar siempre al destino, cayese el número que cayese en su ruleta, el premio era siempre el mismo), el puesto de Pepe “Pájaro” y sus cucuruchos de patatas fritas, el puesto de tiro (mi puntería nefasta se compensaba con el “ojo de lince” y la puntería de mi hermano mayor, auténtico terror para los dueños de los puestos), la tómbola de los Hermanos Moura....
Después de cenar, mis padres me dejaban salir un rato con los amigos para "dar una vuelta" y ver el comienzo del baile de noche... Era el último acto de una magnífica jornada, esperada todo el año con intensa emoción .
Ya en la cama, hacía recuento del día. Los dos últimos pensamientos antes de caer rendido en brazos del sueño eran, por aquellos años, siempre los mismos:
- “Mañana salen de nuevo los Gigantes” ... y... “De mayor quiero ser uno de los saxofonistas de “Los Galaicos Compostelanos”... o de “Saratoga”, “La Rambals”, “La Jo” de Orense...o de.... la orquesta que viniese a deleitar la primera noche del Crito en la Alameda del Jardín.
FELICES FIESTAS PARA TODOS.
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