miércoles, septiembre 17, 2008

COMPAÑERAS DE VERANO.

Ahora que el otoño está ya en puertas, que el tiempo de verano entre nosotros se acaba, quiero rendirles homenaje; un modesto tributo porque ellas, inseparables compañeras del estío, tan familiares, me evocan –como describió Machado con su habitual maestría- “todas las cosas”.

Antes de nada quiero que sepáis algo más de ellas. Y qué mejor que en palabras de los expertos. Michael Dickinson ha dedicado toda su vida al estudio del vuelo de las Moscas (porque de ellas va este relato) en su laboratorio tecnológico de Pasadena (EE.UU.).

Este investigador, ha construido numerosos dispositivos para calcular los ángulos de las alas, la velocidad de movimiento, la rotación, el par motor o la dinámica de fluidos. Pero todos esos conocimientos no le servían para descubrir la razón por la que es tan complicado aplastar una Mosca cuando está apoyada en la cocina.

Por ello, Dickinson tomó una 'Drosophila melanogaster' (conocida como “Mosca de la Fruta”), y la puso en una plataforma rodeada de cámaras digitales de alta resolución y capaces de captar imágenes a gran velocidad.

Dickinson, con la ayuda de su alumno Gwyneth Card, grabó la mosca a una velocidad de 5.000 fotogramas por segundo, para después analizar todas las imágenes obtenidas. Así descubrieron que en 100 milisegundos la mosca es capaz de planear un plan de escape, y tener preparado su salto en la dirección ideal.

Las Moscas tienen un campo de visión de casi 360 grados, por lo que pueden ver el peligro venga de donde venga. Cuando observa la mano que le quiere aplastar, prepara sus patas para dar un salto hacia atrás. Después, cuando la mano se acerca, despega. La reacción es bastante lógica, pues cualquier criatura que observa un objeto mucho mayor acechándole huye. Pero sin embargo, lo que destaca es que la Mosca, en tan sólo 100 milisegundos ,es capaz de prepararse, teniendo en cuenta de donde proviene la amenaza y la posición relativa. Esa velocidad de reacción es imposible de alcanzar para un primate, que puede tardar unos 250 milisegundos en reaccionar.

La solución, según Dickinson, es atacarle un poco por delante de donde se encuentra, y no en la posición de partida. Ese era precisamente el gran objetivo: “pillarlas” o “cazarlas” para que dejasen de molestar. Todos los días de verano en mi casa se ponía en marcha la “Operación Exterminio” para erradicar, aunque fuese sólo de forma momentánea, su pesadez… una pesadez que se incrementaba en los días de bochorno o ante el simple olor a comida…o en la siesta. En este último caso, su actividad era desesperante: mientras intentabas conciliar el sueño, ellas, impertérritas, insistían en sus vuelos cerca de la oreja con unos breves aterrizajes en la mejilla, labios, piernas o brazos, para cumplir mejor su función de molestar.

Para esta guerra sin cuartel había diversos métodos. Los primeros que conocí fueron claramente manuales. Aunque no imposible, la “caza a mano” era complicada. La mayor parte de las veces, la Mosca se te escapaba por lo que aquellas que “caían” en tu poder sufrían una muerte nerviosa, es decir “por aplastamiento”, al ser lanzadas violentamente contra el suelo.

En este apartado “manual”, cabe citar la variante del periódico, que Emérita, mi madre, llegó a desarrollar con una maestría inigualable, hasta el punto de que, aunque sólo para mis adentros, pasé a nombrarla “Muñeca de Oro” por su habilidad con la mano sujeta a un trozo de papel para luchar contra las díscolas aladas.

Los avances tecnológicos en la “Operación Exterminio” no pararon de llegar. Primero fue el matamoscas de “tela metálica”. Sin embargo, la revolución contra nuestras incómodas amigas daría un paso de gigante con el “Flit”. A mí, aquella maquinaria con tubo y recipiente de hojalata y “manubrio” de madera me pareció el “no va más”. Un instrumento que yo utilizaba (a escondidas) a todas horas sin saber que el líquido que compraba en la Droguería de Plácido -el DDT- sería proscrito, por venenoso, pocos años después.

El fuerte olor del DDT-pesticida (y las primeras informaciones sobre su posible toxicidad) dieron paso a nuevas e ingeniosas formas de combate. Una de las más sugestivas era aquella del rollo extensible de cera. Colgado del techo, el rollo –caído en espiral- era un atractivo para nuestras amigas, que quedaban adheridas a una pegajosa sustancia de color de miel mientras aleteaban y zumbaban inútilmente en su pringosa cárcel. De la soleada Andalucía llegaría a la Villa, poco después, el remedio casero de la bolsa transparente de plástico llena de agua colocada en el dintel de las puertas y que nos costaría aceptar como un verdadero remedio...

Sin embargo, el “summum” del matamoscas se lo llevó, en los bares de la década de los 80, los aparatos cercanos al techo con luz azul y varillas electrocutadotas (achicharradoras, habría que decir con mayor precisión).

A mi cabeza viene la imagen de un bar zaragozano donde solía desayunar todos los días. Allí instalaron, un verano, esta máquina achicharradora. Entre sorbo de café y dentellada al churro se oía el chasquido de la nueva víctima chamuscada mientras el camarero, todo sonriente, iba recitando el balance:

-Han caído ya 22 desde que abrí esta mañana, decía todo sonriente.

Yo me marché del local y no volví. No sé si por asco, por pena o porque donde esté una buena habilidad manual que se quite cualquier método de exterminio artificial de nuestras inevitables compañeras de verano.

(PD. Debo las explicaciones científicas a la página en Internet: laflecha.net/canales/curiosidades/noticias/por-que-es-tan-dificil-matar-una-mosca?)

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