Una historia de Semana Santa
-Buenos días, Pepe…
-Buenos días, Josín…
-¿Qué haces?
-Estoy esperando a sacar del horno unas bandejas de pasteles y me voy a poner a preparar la limonada.
El “ritual” se repetía todos los años en fechas previas a la Semana Santa… En el obrador de la Confitería Ledo, el maestro pastelero Pepe Bermúdez se disponía a preparar la limonada que, posteriormente, sería pasto de estómagos de amigos, conocidos y varios clientes habituales a los que Pepe y Concha obsequiaban con una botella del preciado licor.
Con una parsimonia digna del mejor alquimista, Pepe vertía en una enorme perola de cobre dos cántaros de vino, a los que añadía unos cuantos kilos de azúcar y limones cortados en rodajas, higos y uvas “pasas”, canela en rama abundante… y el “secreto Bermúdez”… Todo ello bien mezclado y reposado para hacer la limonada más rompedora de la villa que yo haya probado nunca.
Afortunadamente, Pepe tenía un magnífico remedio para combatir la agresión que suponía para amigos y clientes su “bebedizo semanasantero”: unas magníficas almendras saladas que él mismo tostaba y salaba en el obrador. Almendras compradas en los Valtuilles y guardadas para la ocasión en sacos de arpillera.
Lo que más fastidiaba a buena parte de los jóvenes de la época de los 60 era la escasa “movida” de la villa en esas fechas.
Todo se impregnaba de recogimiento y religiosidad. Parecía (era) obligatorio estar serio y comedido durante esas fechas. A partir del domingo de Ramos, el ambiente se iba cargando de tensión… Se suspendían las clases, que dejaban paso a los llamados “Ejercicios Espirituales”: una serie de sermones apocalípticos trufados de rezos que te ponían los pelos de punta cuando se hablaba de la debilidad humana… la caldera de “pedro botelo”… el infierno por los siglos de los siglo.
Chicas y chicos salíamos de esos “Ejercicios” tristes y cariacontecidos, sintiéndonos culpables de toda la miseria humana… El jueves y viernes santo eran días de tristeza y expiación de los pecados. La imagen de “La Dolorosa”, la procesión del “Silencio” y, sobre todo, “El Entierro” eran los puntos álgidos de una semana que no parecía tener fin…
Sólo gracias a la imaginación se combatían esas duras jornadas. Una de ellas era aprovechar, si el tiempo era propicio, una buena recogida de caracoles por el camino de La Virgen o detrás de los antiguos depósitos de agua y dárselos a alguna benevolente madre para que los purgase y cocinase…. Una de esas madres fue Luz Ursinos “la compostora”… una extraordinaria mujer que, en su casa de la calle del Agua, nos preparaba una pota de caracoles en salsa, con toque picante, para chuparse los dedos. Como ocurrió con la limonada de Bermúdez, año tras año Luz nos fue haciendo la pota cada vez más grande hasta el punto de que, en una Pascua, una docena de amigos terminamos llevándonos la perola a Cacabelos para merendar ante los ojos estupefactos de los asistentes a una fiesta, la de Pascua, que ponía el punto y final a la Semana Santa en la comarca. [retratos de una época]
-Buenos días, Pepe…
-Buenos días, Josín…
-¿Qué haces?
-Estoy esperando a sacar del horno unas bandejas de pasteles y me voy a poner a preparar la limonada.
El “ritual” se repetía todos los años en fechas previas a la Semana Santa… En el obrador de la Confitería Ledo, el maestro pastelero Pepe Bermúdez se disponía a preparar la limonada que, posteriormente, sería pasto de estómagos de amigos, conocidos y varios clientes habituales a los que Pepe y Concha obsequiaban con una botella del preciado licor.
Con una parsimonia digna del mejor alquimista, Pepe vertía en una enorme perola de cobre dos cántaros de vino, a los que añadía unos cuantos kilos de azúcar y limones cortados en rodajas, higos y uvas “pasas”, canela en rama abundante… y el “secreto Bermúdez”… Todo ello bien mezclado y reposado para hacer la limonada más rompedora de la villa que yo haya probado nunca.
Afortunadamente, Pepe tenía un magnífico remedio para combatir la agresión que suponía para amigos y clientes su “bebedizo semanasantero”: unas magníficas almendras saladas que él mismo tostaba y salaba en el obrador. Almendras compradas en los Valtuilles y guardadas para la ocasión en sacos de arpillera.
Lo que más fastidiaba a buena parte de los jóvenes de la época de los 60 era la escasa “movida” de la villa en esas fechas.
Todo se impregnaba de recogimiento y religiosidad. Parecía (era) obligatorio estar serio y comedido durante esas fechas. A partir del domingo de Ramos, el ambiente se iba cargando de tensión… Se suspendían las clases, que dejaban paso a los llamados “Ejercicios Espirituales”: una serie de sermones apocalípticos trufados de rezos que te ponían los pelos de punta cuando se hablaba de la debilidad humana… la caldera de “pedro botelo”… el infierno por los siglos de los siglo.
Chicas y chicos salíamos de esos “Ejercicios” tristes y cariacontecidos, sintiéndonos culpables de toda la miseria humana… El jueves y viernes santo eran días de tristeza y expiación de los pecados. La imagen de “La Dolorosa”, la procesión del “Silencio” y, sobre todo, “El Entierro” eran los puntos álgidos de una semana que no parecía tener fin…
Sólo gracias a la imaginación se combatían esas duras jornadas. Una de ellas era aprovechar, si el tiempo era propicio, una buena recogida de caracoles por el camino de La Virgen o detrás de los antiguos depósitos de agua y dárselos a alguna benevolente madre para que los purgase y cocinase…. Una de esas madres fue Luz Ursinos “la compostora”… una extraordinaria mujer que, en su casa de la calle del Agua, nos preparaba una pota de caracoles en salsa, con toque picante, para chuparse los dedos. Como ocurrió con la limonada de Bermúdez, año tras año Luz nos fue haciendo la pota cada vez más grande hasta el punto de que, en una Pascua, una docena de amigos terminamos llevándonos la perola a Cacabelos para merendar ante los ojos estupefactos de los asistentes a una fiesta, la de Pascua, que ponía el punto y final a la Semana Santa en la comarca. [retratos de una época]
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