Eran dos olores profundos, agradables e inconfundibles.
Finalizada la Fiesta del Cristo, la villa se veía envuelta con dos aromas muy especiales: el de los pimientos recién asados en lumbres y cocinas económicas para poner en conserva ( “Pintao” hacía y cerraba, en su taller de la Cábila, botes de hojalata a mansalva todos los años) y el de la uva y el mosto transportados por carros de vacas que atravesaban el pueblo durante unos quince días aproximadamente......
LA VENDIMIA
En la década de los años 60, la recolecta de la uva polarizaba buena parte de la actividad de la villa... los comercios se vaciaban y sólo las casas de huéspedes veían aumentar el negocio con vendimiadores venidos de otros pueblos. Aunque no todos los vendimiadores eran tan afortunados: todavía recuerdo a una “cuadrilla” de Viaríz que subía a dormir todas las noches a casa andando por el camino del Real para bajar, al alba del día siguiente, a ganarse un nuevo jornal.
Mis primeras informaciones sobre la uva y el vino me las proporcionó, en un paseo por su viña, el señor Balbino Cobos, vecino y propietario de la casa donde nací y, también, dueño de una hermosa bodega que todavía recuerdo con la nostalgia de un tiempo que ya no volverá... Él me explicó que fueron los romanos quienes introdujeron el viñedo en el Bierzo:
-La “vitis vinifera” (decía, con el aplomo de saber la impresión que producían en mí estos latinajos).
Pero sería, según me contó él, mucho más tarde (durante la Edad Media) cuando la plantación de viñas se extiende por tierras bercianas, en torno a las aldeas y los monasterios de la orden de Cluny, unos monjes que consideraban el vino como un elemento más de la alimentación a la vez que una parte fundamental del rito católico.
Con grandes aspavientos y poniendo cara de pesar, el señor Balbino me contó que en el siglo XIX se produjo una verdadera catástrofe: una plaga de “filoxera” acaba con todas las vides plantadas en el Bierzo. Sólo a comienzos del siglo XX empieza a recuperarse la cultura vitivinícola berciana, gracias a injertos de vides traidas de América.
De la década de los años 60 a hoy, la vendimia en la villa se vive de otra manera... desde la implantación de la cooperativa (en la que durante sus primeros años de existencia me gané un dinerito que me supo a gloria)... todo cambió. Los carros de vacas, trayendo mencía y godello a las numerosas bodegas particulares, fueron desapareciendo paulatinamente de las calles, comenzaron a aparecer tractores y camiones para transportar la uva, las bodegas comenzaron una lenta agonía hasta su casi total desaparición...
-“Venga, nino,... sube o carro e pisa o más forte que podas”.
La orden del señor Balbino era música celestial para mis oídos... Pertrechado con unas catiuscas, yo me subía al carro frente a su bodega de la calle Jesús Adrán... Mientras, cesto a cesto, los racimos iban entrando a la tolva de su bodega para ser prensados... racimos y “pelexos” eran arrinconados en una parte del lagar (su destino, la alcoholera para hacer aguardiente) mientras el mosto pasaba, posteriormente, a grandes cubas de madera montadas, según me contó, pieza a pieza dentro de la propia bodega porque enteras no hubiesen cabido por la puerta...
Yo era feliz en aquella bodega... aunque mis continuas idas y venidas fueran, sin duda, más un estorbo que una ayuda.
Pasadas las semanas, la escalera de mi casa comenzaba a adquirir un olor especial... la fermentación estaba en marcha y, pese a mi curiosidad, la entrada en la bodega estaba totalmente prohibida. La represalia por saltarse la prohibición era demasiado contundente:
-Hay mucho olor a "sulfuroso". Si entras, el año que viene no te dejaré pisar las uvas.
Finalizada la Fiesta del Cristo, la villa se veía envuelta con dos aromas muy especiales: el de los pimientos recién asados en lumbres y cocinas económicas para poner en conserva ( “Pintao” hacía y cerraba, en su taller de la Cábila, botes de hojalata a mansalva todos los años) y el de la uva y el mosto transportados por carros de vacas que atravesaban el pueblo durante unos quince días aproximadamente......
LA VENDIMIA
En la década de los años 60, la recolecta de la uva polarizaba buena parte de la actividad de la villa... los comercios se vaciaban y sólo las casas de huéspedes veían aumentar el negocio con vendimiadores venidos de otros pueblos. Aunque no todos los vendimiadores eran tan afortunados: todavía recuerdo a una “cuadrilla” de Viaríz que subía a dormir todas las noches a casa andando por el camino del Real para bajar, al alba del día siguiente, a ganarse un nuevo jornal.
Mis primeras informaciones sobre la uva y el vino me las proporcionó, en un paseo por su viña, el señor Balbino Cobos, vecino y propietario de la casa donde nací y, también, dueño de una hermosa bodega que todavía recuerdo con la nostalgia de un tiempo que ya no volverá... Él me explicó que fueron los romanos quienes introdujeron el viñedo en el Bierzo:
-La “vitis vinifera” (decía, con el aplomo de saber la impresión que producían en mí estos latinajos).
Pero sería, según me contó él, mucho más tarde (durante la Edad Media) cuando la plantación de viñas se extiende por tierras bercianas, en torno a las aldeas y los monasterios de la orden de Cluny, unos monjes que consideraban el vino como un elemento más de la alimentación a la vez que una parte fundamental del rito católico.
Con grandes aspavientos y poniendo cara de pesar, el señor Balbino me contó que en el siglo XIX se produjo una verdadera catástrofe: una plaga de “filoxera” acaba con todas las vides plantadas en el Bierzo. Sólo a comienzos del siglo XX empieza a recuperarse la cultura vitivinícola berciana, gracias a injertos de vides traidas de América.
De la década de los años 60 a hoy, la vendimia en la villa se vive de otra manera... desde la implantación de la cooperativa (en la que durante sus primeros años de existencia me gané un dinerito que me supo a gloria)... todo cambió. Los carros de vacas, trayendo mencía y godello a las numerosas bodegas particulares, fueron desapareciendo paulatinamente de las calles, comenzaron a aparecer tractores y camiones para transportar la uva, las bodegas comenzaron una lenta agonía hasta su casi total desaparición...
-“Venga, nino,... sube o carro e pisa o más forte que podas”.
La orden del señor Balbino era música celestial para mis oídos... Pertrechado con unas catiuscas, yo me subía al carro frente a su bodega de la calle Jesús Adrán... Mientras, cesto a cesto, los racimos iban entrando a la tolva de su bodega para ser prensados... racimos y “pelexos” eran arrinconados en una parte del lagar (su destino, la alcoholera para hacer aguardiente) mientras el mosto pasaba, posteriormente, a grandes cubas de madera montadas, según me contó, pieza a pieza dentro de la propia bodega porque enteras no hubiesen cabido por la puerta...
Yo era feliz en aquella bodega... aunque mis continuas idas y venidas fueran, sin duda, más un estorbo que una ayuda.
Pasadas las semanas, la escalera de mi casa comenzaba a adquirir un olor especial... la fermentación estaba en marcha y, pese a mi curiosidad, la entrada en la bodega estaba totalmente prohibida. La represalia por saltarse la prohibición era demasiado contundente:
-Hay mucho olor a "sulfuroso". Si entras, el año que viene no te dejaré pisar las uvas.
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