domingo, enero 14, 2007

MI SEMANA SANTA

Mañana de comienzos de primavera. Hace frío. Como todos los años por esas fechas, mi madre me despierta:
-Venga,.. Holgazán,.. Despierta,.. voy a ayudar a vestirte que nos vamos al Encuentro.
Suenan, al fondo, las campanas de San Francisco (no sé el motivo pero siempre han sido las que más me han gustado junto al "volteo" de las de San Nicolás en El Cristo). A mí, la verdad, es que El Encuentro me daba un poco igual pero, sin embargo, tenía dos cosas especiales: estaba desde el jueves de vacaciones (o sea, sin la “tortura” de ir al colegio) y, además, esa levantada tenía una dulce recompensa: un tazón de oscuro chocolate ponferradino “La Concepción” y una buena colección de churros de Pepe “Pájaro” a la vuelta. Salvando estas circunstancias especiales, yo vivía la Semana Santa de la década de los 60 con el temor metido en el cuerpo. Los llamados “ejercicios espirituales” previos nos dejaban para el arrastre: éramos una tribu de pecadores al borde del “fuego eterno del infierno”. Había que permanecer en silencio, nada de risas y juegos para rezar tranquilos de espíritu y espiar bien nuestros pecados. Las amenazas de “fuego eterno” las combatimos durante varios años yendo a confesar en San Nicolás con un anciano cura medio sordo, de cuyo nombre ahora no me acuerdo, que saldaba nuestros pecados, susurrados en voz baja para que no los oyera bien, con tres Padresnuestros y tres Avemarías mientras repetía una y otra vez: “un poco más alto, hijo mío…un poco más alto”. La Semana Santa de entonces era para el recogimiento. Desde la procesión de Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección la vida se volcaba en las procesiones (recuerdo siempre lo acongojado que me tenía la del Santo Entierro, de noche, en medio de un profundo silencio, la urna de cristal con el Cristo muerto escoltado por la guardia civil). Esos días, el cine echaba el cierre y las películas del domingo de Resurrección eran siempre de contenido religioso. En cuanto a mi participación directa en la Semana Santa…tres intentos,,, tres fracasos. Primer intento: vestido con una pequeña cruz a cuestas. Abandono a mitad de procesión tras fingir un inexistente e irresistible dolor en los pies a causa de los zapatos nuevos. Segundo intento: Primer día de monaguillo en San José con la campanilla. Fuerte pescozón del oficiante Padre Pérez ante mi insistencia por no dejar de tocarla tras tener levantada más de lo habitual la Hostia Consagrada (vamos…que le había cogido “gusto” y me parecía que estaba dando el recital de mi vida). Tercer intento: años después de mi primera y única experiencia como “campanillero”. Cuatro amigos sacamos la imagen de San Juan. Era tal el bamboleo y la descoordinación por el Campairo empedrado que nuestro entrañable Gelo iba detrás diciendo: “por favor no me lo tireis…. No me lo tireis…”
En éstos días en los que, gracias a la iniciativa de Luis del Olmo, se celebran los fastos de la Semana de la Radio, me vais a permitir que haga una inmersión en el pasado para contaros algunas vivencias en torno a la magia de un medio que siempre me fascinó y que, ironías de la vida, me terminó dando de comer durante años..

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