-Respuesta: ¡¡¡Vete al carallo¡¡¡
No he conocido en mi vida un dueño de un establecimiento público que haya dirigido su negocio con más carisma que nuestro siempre recordado Gelo Marva.... Amable y cascarrabias a la vez, burlón, sin pelos en la lengua, el dueño de esta bodega (que comenzó a llamarse “El Senado” en los años de la transición democrática) fue en todo momento el “alma mater” del, durante muchos años, establecimiento más emblemático de la calle del Agua. Siempre me ha quedado la duda de sí la clientela iba a tomarse allí un vaso (o dos, o tres,.....) o a disfrutar/participar de una interminable discusión que podía comenzar por el penalti más polémico de la última jornada de fútbol y terminar con la poda de las viñas.... pasando por otras cuestiones intermedias como el estado de tal o cual carretera, la última gran nevada, la comodidad de los bancos del jardín, la próxima feria de Santiago o la escasez de cangrejos en el Burbia... Todo valía... era una bodega-enciclopedia sobre las cosas más dispares y, a veces, más disparatadas. La bodega de Gelo tenía, en los años 70, una angosta entrada de suelo empedrado (muy proclive al tropezón cuando salías “canteado”) que daba paso a una amplia estancia iluminada por una bombilla. La decoración era “natural”: unas muy tupidas telarañas adornaban el techo (había opiniones para todos los gustos en torno a sí en ellas había un “criadero de crustáceos” o no), varias cubas grandes de vino, bancos corridos, alguna banqueta, unos “insinuantes” calendarios (siempre “macizas”, con perdón) y un negro e irregular suelo de tierra macerada en vino con el paso de los años. Los vasos eran servidos tras su “enjuague” en un caldero de porcelana lleno de agua. Caldero que, muy a su pesar, tuvo que abandonar años después cuando, a regañadientes, le obligaron a poner un mostrador y un grifo de agua corriente para lavar los vasos. El desfile de gente era incesante: más tranquilo por la mañana cuando abría para atender a un público consumidor mayoritariamente de vino blanco y con más barullo por la tarde-noche cuando por la bodega desfilaban los personajes más entrañables de la villa. En esas “veladas” era fácil encontrarte a “Ninguén”, “Garán”, “Món Cagaleta”, “Mingo Rebollal”, “Perjuicios”, “Ranguiñas”, “Blas”, “Pilitas”, “Tenorio”, los “Nixos”, “Pelós”, “Chinda”, “Pelao” y un largo etcétera... Todos ellos supieron, con Gelo como “oficiante”, convertir mis tardes en la villa en una fuente casi inagotable de “saber popular”,anécdotas y buenos ratos. Conservo en mi casa, como “oro en paño”, un macetero alto de madera que le regaló a mi chica ante el estupor de una concurrida clientela... -- Joder, Gelo, es la primera vez que te veo regalar algo a un cliente, le dijo alguien. -- Es que es más guapa que tú... que eres feo de cojones, le respondió Gelo al cliente. Asunto zanjado. Hoy, cuando paso por delante de su casa, fluyen en mi memoria los recuerdos de lo vivido en aquella bodega y el alma se me viste de añoranza. Gracias Gelo,... muchas gracias.
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