martes, enero 05, 2010

Atenazado por los nervios. Ese era mi estado de ánimo. No podía pensar en otra cosa. Era realmente imposible pensar en otra cosa. Todas mis esperanzas, mis ilusiones estaban puestas en aquel tren de cuerda. Yo soñaba con aquél tren hasta la obsesión. Conforme se acercaba la fecha, mi inquietud crecía e intentaba por todos los medios que no se notase pero Emérita, mi madre, con su sempiterna perspicacia, notaba a su hijo más alterado que de costumbre:

-¿Se puede saber qué te pasa?
-Oye mamá, ¿tú crees que se habrá perdido la carta?
-Pero hijo, ¿qué carta?
-Pues la que les mandé a los Reyes la semana pasada para que me traigan un tren como el que hay en el escaparate de la tienda de Benito Peón.
-Pues no sé,… ¿la metiste en el buzón?.
-No. Se la di en mano a Sindo, el cartero, que vino a ver a papá a la sastrería.
-Pues entonces, yo creo que no debes preocuparte y esperar al día de Reyes.


LOS REYES VIAJAN EN TREN

Fue, lo que se dice, un flechazo a primera vista. El 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada, era el día señalado para que las tiendas de Benito Peón, Erundina y La Coruñesa, en la Villa, engalanasen sus escaparates con los más diversos juguetes. Día en el que la chavalería abandonaba su rutina cotidiana para sumergirse en el esplendoroso mundo de los deseos.

Con el ánimo dividido ante tanto apetitoso material, todos mis amigos habían discutido sobre qué juguete o juguetes elegir para, sin pasarse, pedírselos por carta a los Reyes Magos. Yo, por el contrario, lo tuve claro desde el primer momento hasta el punto que de la impresión que me proporcionó su visión ha quedado gravado en mi memoria el lugar de encuentro: segundo estante de la izquierda del escaparate de Benito Peón. Allí, lucía imponente aquél hermoso “Tren Mecánico Geyper”, con su máquina, sus dos vagones de viajeros, los raíles rectos y curvos y la llave para dar cuerda…Vamos,… ¡¡¡ el no va más ¡¡¡.

Desde que, el verano anterior, acompañara a despedir a mi padrino a la estación de ferrocarril y viese aquella portentosa máquina, no pensaba en otra cosa. Su imagen volvía reiteradamente a mis pensamientos, sobre todo a la hora de acostarse cuando uno vuela mejor con la imaginación hacia sus más íntimos deseos. Yo soñaba despierto con aquella admirable máquina “Mikado”, tipo 141, que Renfe adquirió, entre 1953 y 1960, y que marcaría el capítulo final de la tracción por vapor en España, ya que las “Mikado” fueron las últimas en servicio comercial.

No hubo un solo día de aquél otoño que no me acordase de aquella imagen de la estación; con Franco, el maquinista habitual, a los mandos ayudado por fogonero de turno. Y como de deseos también vive el ser humano, yo valoraba los resultados diarios del colegio con mi particular “baremo ferroviario”: la verdad es que, como solía ser habitual por otra parte, pocas veces me vi como maquinista, alguna que otra vez si alcancé a considerarme un posible futuro fogonero y el resto, la inmensa mayoría, me veía más bien como ayudante de andén.

Pero la visión de aquél tren mecánico en el escaparate de Benito Peón me hizo olvidar las disquisiciones sobre mi hipotético porvenir ferroviario.
Desde aquél día dejé sin resuello a toda mi familia, a la que anuncié una y mil veces mis intenciones petitorias para Reyes (no fuese a ser que uno de ellos tuviese “hilo directo” con los Magos) y, llegadas las Navidades, la lotería y el aguinaldo, la instalación del belén y el día de nochebuena, las uvas de nochevieja y los villancicos se convirtieron en mero trámite.

La Noche de Reyes no pude pegar ojo de tanta tensión y tanta espera. Cualquier sonido en la madrugada era seguido con aplicada vigilancia. Por la calle, oía reír y correr a la gente sin darme cuenta, en aquellos momentos, que eran los mozos que venían de las huertas de recoger “troxos” de berzas para colocarlos, a modo de regalo, en los balcones de las solteronas de la Villa; una tradición ahora casi perdida y a la que me sumé yo ya de mozo como era preceptivo.
Rendido, casi a punto de despuntar el alba, me quedé dormido hasta que, pasadas las diez de la mañana, mi madre vino a despertarme y anunciarme la buena nueva.

-Venga, holgazán, que ya han pasado los Reyes.

Me tiré de la cama como alma que huye del diablo y corrí hasta el comedor… y allí estaba, junto a unas botas marca “Gorila”, un hermoso Tren de cuerda con máquina negra, raíles y dos vagones de pasajeros. Creo que fue tal la emoción que Emérita, mi madre, me contó años después que rompí a llorar como un desesperado,.. eso sí, con el tren bien amarrado a mis brazos.

Fue un día magnífico. No salí de casa. Casi no comí. No fui a la sesión infantil del cine. No tenía otro interés que estar al lado de mi máquina… de mi Tren.
Ya en la cama, por la noche, volví a darles las gracias a los Reyes por el extraordinario regalo y pensé en ellos y sus múltiples tareas así como en sus medios de transporte para llegar a todos los lugares y casas sin retraso alguno, cuestión que había sido ampliamente debatida entre los amigos. Y, en aquél momento, todo encajó… Estaba claro,… ni en avión, ni a lomos de camello, ni fárragos de gaita;… estaba claro que los Reyes viajaban seguro, seguro,…en Tren, a bordo de aquella extraordinaria máquina Mikado que mostraba su poderío con aquellos chorros de vapor salidos de sus entrañas. Con ese viajero pensamiento sobre raíles y el trajín de la noche anterior, el sueño no tardó en llegar.

Que os traigan muchas cosas los Reyes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...


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Cora dijo...

Berciano, he leído tu historia d Chiquitín y casi puedo verte con tus pantaloncitos cortos y tu jersey jugando encantado con tu tren. Preciosos recuerdos d la niñez. Un beso. Cora